Las precipitaciones intensas durante horas o días pueden provocar movimientos superficiales, como deslizamientos y flujos de barro o derrubios, que afectan a materiales de alteración y a suelos, siendo frecuentes también las reactivaciones de antiguos deslizamientos. La rápida infiltración del agua de lluvia, sobresaturando el terreno superficial y también incrementando las presiones intersticiales, explica la generación de los movimientos. La falta de flora en las laderas, la presencia de materiales sueltos y la existencia anterior de inestabilidades juegan un papel fundamental por la mayor capacidad de infiltración y movilización de los materiales. El riesgo debido a estos procesos está asociado eminentemente a su ocurrencia repentina.
Entre las primeras están el peso de estructuras o edificios, u otro género de cargas como rellenos, escombreras, paso de vehículos pesados, etc. Las cargas activas se deben, primordialmente, a los movimientos sísmicos, naturales o bien inducidos, y a las vibraciones producidas por voladuras cercanas a un desmonte o bien ladera o plantas industriales con maquinaria pesada. En casos de fuertes movimientos sísmicos, las fuerzas aplicadas de forma instantánea puede producir la ruptura general del talud si existen condiciones anteriores convenientes a la inestabilidad.

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