Sexualidad, Salud y Sociedad

REVISTA LATINOAMERICANA

ISSN 1984-6487 / n.6 - dec. 2010 - pp.141-143 / Guajardo Soto, G. / www.sexualidadsaludysociedad.org



SUTHERLAND, Juan Pablo. 2009. Nación Marica. Prácticas culturales y crítica activista. Santiago de Chile: Ripio Ediciones.


Gabriel Guajardo Soto

Universidad Diego Portales

Santiago de Chile


> gguajardo@vtr.net


Nación Marica se presenta ante el lector como una colección de ensayos militantes y culturales, batallantes y descentrados, que buscan constituirse en un ejercicio político de las multitudes minoritarias contenidas en la Nación, Nación que toma la voz ‘Marica’ para hablar en primera persona. La obra se organiza en siete secciones que van hilando este propósito: “trincheras de una utopía sexual”; “políticas sexuales”, “identidades y crítica activista”; “escrituras minoritarias y saberes subalternos”; “performances visuales”; “guerrillas mediáticas”; “reseñas críticas o lecturas ineludibles”; y “Nación Marica: registro visual”.

¿A que nos invitan el título del libro y sus ensayos? Al ligar los términos ‘Nación’ y ‘Marica’ en un juego de virtualidades culturales y escriturales, Juan Pablo Sutherland lleva al lector a un recorrido donde, finalmente, podrá interrogarse si esa fusión es parte de la caja de herramientas para las batallas que convocan y se anuncian en el libro, o si es una provocación para sospechar de aquella relación. Nación Marica evoca una nación sin estado que otorgue una matriz para los derechos y obligaciones de la ciudadanía, con el malestar, odio e indigencia que supone, según nos dice Butler. El estado es desplazado a un trasfondo o negado en su presencia, uno de cuyos efectos más notorios sería –además de la declinación de la ciudadanía en sus más variadas versiones– dejar a la Nación como un continente nutricio y fértil para lo Marica.

Al ser la voz ‘Marica’ la única coordenada de orientación, esta Nación sin-estado nos ubica en una deslocalización específica. En este caso, hablada en primera persona, desde un “yo” que transita hacia lo colectivo, entendido en cuanto aquello que se comprende como multitudinario de las minorías. Voz sin-estado que justamente permite leer en el libro, con un denso sentido de denuncia, la expulsión, el dolor y la exclusión familiar, barrial, escolar y laboral de personas y grupos que se alejan de una única normativización del deseo. Norma que, en un movimiento de rotación, abre la sospecha de la legibilidad de la humanidad que se juega en cada acto o práctica marica en el espacio de la ciudad, con las diversas tonalidades e iluminaciones de quienes la habitan.

Voz sin-estado que, sospechamos, si no fuera por la materialidad del libro impreso como objeto circulante no lograría ser dotada de ciudadanía. Así, su localización en las vitrinas de las librerías o en sus estanterías interiores, es en sí misma una acción que tal vez no logre descargar la violencia estructural y simbólica del lenguaje homofóbico; pero irrita el lugar del libro al quedar anclado en la ciudad letrada queer, como la llama Juan Pablo Sutherland: “He llamado así, parafraseando la idea de Ángel Rama, a fin de ubicar una cantidad de textos relevantes que configuran prácticas contracanónicas en las literaturas latinoamericanas” (:22).

Ciudad letrada queer en la que, sin mayores subterfugios, quien decida habitarla puede vivir la experiencia de ser despojado de su humanidad o cuestionado en su presencia, desde una homofobia chilena ya suficientemente documentada. En cambio, a partir de Nación Marica se puede hablar –y no sólo ser una voz–: su presencia juega en la escritura y en la calle, ante el público. Deja de ser un discurso flotante para ser un libro inmerso en la calle, en tanto interpelación a un lector silente –o hablante– que apenas mira.

Si bien la fusión Nación/Marica podría ser entendida como el espacio preferente de la comunidad, en el libro Nación Marica se encuentran las huellas del autor y su firma, como lugares de enunciación y marca en el texto. Se recuperan la pluralidad de individualidades que han formado parte del ejercicio de memoria, para romper la Nación en una singularidad y homogeneidad, y por tanto, como precondición de un estado. Hay menciones de nombres, recuperación de olvidos inexcusables, recuerdos de momentos en las batallas críticas y fotografías que van tejiendo, a través de los capítulos, un límite y una legitimidad para permanecer dentro de sus fronteras. Como en toda frontera, en la ciudad letrada queer hay un “afuera” que, en este caso, permanece innominado al testificar la marcha, la crítica, el golpe, el abuso homofóbico, el documento, el borde de la fotografía, todo aquello que delimita con la Nación-Marica. De ese espacio sólo podemos suponer su existencia: ¿será el lugar de quién lee el libro Nación Marica?

La lectura que permite Juan Pablo Sutherland invita a un ejercicio crítico que nos libera de una localización específica y de demandas a partir de identidades fijas o anhelos de pertenencia a una territorialidad. Sin embargo, paradójicamente, esa posibilidad de un significante flotante o vacío se encuentra con la materialidad y experiencia vivida por el autor/narrador de los ensayos, que nos lleva finalmente a sentir, como un efecto de la lectura del libro, un ‘real’ que lo limita: un Chile que hiere la memoria y sus posibles escrituras, o emergencia de nuevos movimientos sociales.

No se trata de un texto que pretenda articular ese ‘real’ y tranquilizar o aquietar al lector. Por el contrario, lo dejará expectante, ante el próximo paso.