Sexualidad, Salud y Sociedad

REVISTA LATINOAMERICANA


ISSN 1984-6487 / n.2 - 2009 - pp.187-193 / www.sexualidadsaludysociedad.org





NÚÑEZ NORIEGA, Guillermo. 2007. Masculinidad e intimidad: identidad, sexualidad y sida. México D.F.: PUEG-UNAM/El Colegio de Sonora/PorrúaCHO, Grace, 2008. Haunting the Korean Diaspora: Shame, Secrecy, and the Forgotten War. Minneapolis, London: University of Minnesota Press. 232 pp.




Manuel Roberto Escobar C.

Magíster en Educación Comunitaria Doctorado en Estudios Latinoamericanos (en curso), UNAM. México D.F


> emanuel_roberto@hotmail.com


Como sujeto que se pregunta sobre la “hombría”, en tanto fenómeno sociocultural pero también como asunto autobiográfico, la lectura del libro Masculinidad e intimidad: Identidad, sexualidad y sida, me ha impactado placenteramente. El texto presenta debates y líneas de comprensión sobre el tema, al tiempo que proporciona un discurso para la búsqueda de significados de la experiencia de ser hombre, distintos a los que circulan actualmente casi como prescripciones. Este es un trabajo que desde la antropología, y transitando críticamente por teorías del género y queer, dialoga con las narrativas de personajes cotidianos como Ventura, Francisco, Chalo, Irving y demás para abordar interrogantes vitales sobre lo masculino. Así, la academia se aproxima a la vida, a sus sentidos y experiencias. La forma –rigurosa, con método– no ahoga el fondo, ese espíritu que anima al autor a tomar distancia de su propio contexto para indagarlo, precisamente por su compromiso apasionado con la pregunta sobre la masculinidad. Él es de la región, presencia estas formas de relación, se implica en las dinámicas que estudia, pero asume un ejercicio reflexivo, de extrañamiento sobre la propia cotidianidad, para inquirirla.

Y es que a propósito de algunos hombres del norte de México, específicamente de la región de Hermosillo y la Sierra de Sonora, Guillermo Núñez investiga las interacciones de intimidad entre hombres contemporáneos, así como los significados que culturalmente se atribuyen a tales vínculos en contextos específicos. Inicia su libro con un ejercicio en torno a la imagen. Una fotografía en la que dos hombres de apariencia vaquera posan tomados sutilmente de la mano, es interpretada por otros jóvenes como un vínculo gay, homosexual, entre un joto y un mayate, etc., vínculo que no pueden comprender como existente en la generación de sus abuelos. La entrevista a un “don” de 85 años revelará que hacia los años '30 del siglo XX era bastante común en la región que dos hombres se retrataran de esta manera para perpetuar su amistad. De hecho, la foto tiene una dedicatoria: “Para mi amigo Francisco de su amigo que lo aprecia, José Pedro, como recuerdo de nuestra amistad” (p.105).

El tema de la fotografía es la apertura para uno de los aspectos transversales de este trabajo: los significados de ser hombre, así como sus posibilidades de acción (por ejemplo de socialización y de constitución de identidades), no sólo son construcciones históricas cambiantes sino que además están en permanente disputa. Si bien la configuración de las masculinidades y de las “disidencias de género y sexuales” (p.109) se relacionan con los discursos, categorías y nominaciones que circulan en una época y lugar, tales “políticas de la identidad y la intimidad masculina” distan mucho de ser fijas; por el contrario, se presentan inestables e incluso contradictorias.

A primera vista, la fotografía de José Pedro y Francisco podría ser abordada desde nociones como homosocialización y homoerotismo. La inquietud de si ellos pasaron de la una a la otra no aporta demasiado para la comprensión del vínculo entre ambos personajes. Atribuir categorías como homosexualidad o gay resulta aún más inadecuado. Núñez nos recuerda que la homosexualidad (noción de origen médico vinculada a la aparición de la sexualidad moderna) no existía en el espacio-tiempo específico de estos hombres, con lo que las transgresiones al modelo de masculinidad imperante eran leídas con otros términos como nahuilón o marica (p.108). Así, en la región de México aludida, el estigma pesaba más sobre el afeminamiento en el actuar que sobre toda la identidad. Por tanto, la proximidad entre varones podía poner en sospecha su virilidad pero no necesariamente definía una subjetividad con un deseo y una psique diferenciadas, es decir, no constituía un sujeto homosexual.

Por su parte, la idea de lo gay como apelativo reivindicativo que se despliega en un mundo preeminentemente urbano, vinculado a identidades que se expresan públicamente y en consecuencia salen del closet para demandar espacios de inserción en la ciudadanía de la democracia y el consumo, no necesariamente define la sexualidad de todos los hombres que tienen experiencias sexo-afectivas con otros hombres. Es decir, no en todos los sujetos, temporalidades y contextos “hay una verdad interna que provee de significado a todos los aspectos de su ser” (p.69) y que por tanto pueda ser declarada como forma de emancipación. En esta lógica, cualquier vínculo íntimo entre hombres es objeto de sospecha, de confirmación de una identidad acallada, que en consecuencia demanda ser revelada, expresada. Una identidad gay que, al ser expuesta, quizás gana un estilo de vida, pero corre el riesgo de la incorporación en el orden predominante.

Para pensar la variada gama de experiencias homoeróticas que su trabajo etnográfico le indica, Núñez se distancia de las narrativas cotidianas que estereotipan en díadas (como joto machín), y también de las categorías modernas como homosexual y gay. El concepto de intimidad entre varones, entendido como “un espacio de intimidad o proximidad afectiva y/o erótica, susceptible de producirse entre los varones, y que cubre un amplio espectro de posibles configuraciones sociales de deseos e identidades” (p. 81), le permite adentrarse en las vivencias de sus entrevistados norteños; no desde modelos de comprensión de una identidad disidente nítida y consolidada, sino más bien hacia la exploración de la complejidad de unas subjetividades marcadas por un “ser hombre” que puede incorporar experiencias homoeróticas mediante elaboradas negociaciones con los preceptos del sexo-género masculino presentes en la región. Asuntos como el “acá entre nos”, el “no rajarse” y el silencio indican caminos mediante los cuales la hombría se mantiene “a salvo”, siempre que los encuentros amorosos o sexuales entre varones se asuman de manera discreta, se cuide el rumor, se evite la feminización y la expresividad en público, y se guarden entre los implicados las prácticas asumidas. Esto no se debe entender en términos simples de represión y subyugación plana al modelo dominante de masculinidad: más bien son formas culturales de mediación y resistencia al mismo. En los relatos de estos hombres se afrontan “las políticas del control y del exceso” que intentan determinar “una” subjetividad masculina en la zona, que sin embargo resulta diversa, ficcional y fragmentaria. Formas de ser hombre que disputan o pugnan por unas narrativas que incorporan la intimidad con otros hombres, en maneras que van desde la amistad (en torno a sentidos y experiencias del mismo género que se supone “no entienden las esposas”) hasta romances de larga duración (que coexisten con migraciones y matrimonios heterosexuales).

Si la hombría no es un aspecto intrínseco que naturalmente suceda en los hombres, sino “un bien escaso, un objeto en disputa cotidiana a través de los juegos de competencia, de prueba, de asignación” (p.149), un asunto relacional, de cantidad, calidad y contexto, para el abordaje de las relaciones de intimidad entre hombres, habría que buscar alternativas a lo que el investigador denomina “el modelo dominante de comprensión de la experiencia homoerótica entre varones en México (MDCH)” (p. 275). Se trata de superar un “discurso dominante y de sentido común… construido a partir de los binomios penetrador-penetrado, activo-pasivo, hombre-joto, dominante-dominado”, que implica dificultades tanto epistemológicas como metodológicas respecto de unas realidades socioculturales que no se agotan en tal lógica binaria del placer y la sexualidad. Por ejemplo, y volviendo a la metáfora del “rajarse” (que describiría una subjetividad masculina materializada en un cuerpo sólido, duro, resistente, pero sobre todo, cerrado), Núñez se distancia de lecturas que asumen un hombre mexicano que esencialmente “no se raja”, no se expone, es incapaz de aperturas emocionales y corporales. Por el contrario, tras el llamado cultural a no rajarse –tan presente en músicas y refranes– es posible rastrear, no la ausencia de aperturas, sino las regulaciones que entre los hombres ocurren para ello. El “acá entre nos” sugiere formas por las que la hombría sí se abre, en un juego de negociación con los valores predominantes. De nuevo se llega a un análisis donde la “identidad moral” de los varones, normalizada desde valores como el control de las emociones, la invulnerabilidad afectiva, la discreción, la confiabilidad, la reserva, etcétera, lejos de ser una prescripción inapelable, es permanentemente confrontada. La identidad de género entra así en una constante y cotidiana lucha por la representación de lo masculino.

Otro planteamiento muy importante en este libro es el tema de la homofobia en tanto eje regulador de la producción de masculinidad. La propuesta es que si el hecho homoerótico es variado y está en permanente forcejeo, los mecanismos por los que incide la homofobia son además de sutiles, variados y estrechamente relacionados con las dinámicas contextuales. En el mundo “norteño” de estos hombres, la homofobia está presente para todos los varones pero tiene especial estigma para aquellos que portan signos de feminidad. La presencia de una identidad gay u homosexual urbana y de clase media no constituye un referente que circule ampliamente allí. La sospecha de ser joto, en términos de falta de hombría, atraviesa toda una pedagogía violenta del género que actúa en todos los hombres, independientemente de su orientación sexual. Sin embargo, tal estigma hace de los niños afeminados objeto central de violencia física y verbal. El papel disciplinador del padre se evidencia en los relatos de varios entrevistados, mostrando cómo la trasgresión sexual de los hijos pone en tensión las concepciones de una paternidad que se ve menoscabada como prueba de virilidad. A juicio del autor, tal vez es “el recordatorio del carácter fragmentado, inestable e incoherente de su propia hechura masculina” (p. 247). Al llegar la adultez una salida para los hombres con preferencias sexuales y/o afectivas por otros es el logro de respeto. Es algo así como un pacto no explícito por el que la comunidad acepta al sujeto y su homoerotismo siempre que sus prácticas se vivan con discreción, sin notoriedad. Tal respeto, sumado al estigma del afeminamiento y del menoscabo de la virilidad por gustar del pene y la penetración, configuran una regulación de la identidad masculina que puede tener énfasis diferenciados. El lenguaje lo muestra claramente. Términos como fresco, rajón, culón, bizcocho, joto o puto, si bien aluden todos a desviaciones del sistema sexo-género dominante, no constituyen sentidos similares, intercambiables. Cada uno hace énfasis en un aspecto específico: Un hombre rajón trasgrede algún valor viril, por ejemplo el secreto o la lealtad, pero no necesariamente es un afeminado que pueda ser considerado joto, ni un hombre con evidentes preferencias por sus mismo sexo, como en la idea de puto.

La pluralidad de este lenguaje, que cotidianamente se usa para designar la diferencia masculina de género y sexual, e incluso la polisemia de sentidos que cada apelativo tiene, se articulan con la dificultad de los modelos teóricos para representar la variedad de las experiencias de intimidad y homoerotismo entre los varones abordados en este estudio. Así, toda la segunda parte libro – subtitulada Palabras, placeres y poderesdesarrolla una mirada crítica a las concepciones prevalecientes en los estudios de este tema en México. Como ya se anotó, se enfatiza en la noción binaria y dicotómica que permea enfoques donde se ubican homosexuales, gays e incluso “hombres que tienen sexo con otros hombres” (HSH) como categorías casi universales, que parecieran querer dar cuenta de la totalidad de las expresiones culturales, y de una peculiaridad de experiencias de intimidad en lo local que incluso pueden construirse al margen de tales sentidos, o resinificarlos de modos particulares.

En este sentido el autor nos advierte sobre la reducción de la subjetividad a la experiencia genital. Por ejemplo, la implicación ideológica de las categorías analíticas que, desde la sexualidad, definen la singularidad cultural de las vivencias homoeróticas a partir de dicotomías –como penetrador-receptor–, es inquietante en tanto ratifica “un” sujeto homoerótico. Al tiempo, lo reduce a un papel erótico “predecible por su identidad genérica”, con todos los peligros de sexismo que esto conlleva. Por el contrario, varios de los entrevistados re-significan la díada activo-pasivo, jugando con las contradicciones de nominaciones como mayate y joto. Entonces, cierto falocentrismo epistemológico puede incluso hacerse cómplice de ideologías patriarcales de género, que silencian prácticas sexo-afectivas entre hombres que trascienden la rigidez y el binarismo, y es un obstáculo para “ver la diversidad de relaciones eróticas” entre los sujetos.

El libro propone un uso crítico de las categorías respecto de una realidad que no parece caber dentro de universalismos que intentan definir en un todo homogéneo unas experiencias masculinas más bien variadas, fragmentarias, situadas y, con frecuencia, contradictorias. Deslindándose de la idea de nombramientos que definan identidades constantes y unívocas Núñez convoca un uso de la categoría “hombre”, “como categoría sexo-genérica”, que si bien ambigua y con sentidos en disputa, ayuda a la comprensión de la sexualidad y de la producción de subjetividades sin recurrir a modelos binarios que pueden tornar invisible la diversidad de los diversos. Por ejemplo, renuncia a la idea de “la” homosexualidad con rasgos comunes y una historia en Occidente, y también a una noción gay que cobije la multiplicidad homoerótica existente en México, especialmente en lo rural).

A propósito de los asuntos de salud y epidemiología, por ejemplo del trabajo en torno al VIH/SIDA –pero también respecto de la movilización social y política de las identidades no heterosexuales–, el llamado a un conocimiento etnográfico que dé cuenta de la amplia gama de vínculos entre los hombres de contextos y dinámicas regionales, particulares de Latinoamérica, resulta pertinente, para no caer otra vez en la exclusión de los distintos sentidos étnicos, de clase, y subjetivos que configuran variedad de masculinidades. Se trata de una acción epistemológica y política, que en su lucha por reivindicar la diferencia, esté siempre presta a la tentación de atrapar con sus designaciones a lo múltiple de la experiencia. En palabras del autor:


He insistido en este libro en que las realidades homoeróticas no encajan adecuadamente en las concepciones dominantes sobre la subjetividad o las identidades homosexuales. La realidad de la intimidad entre varones es más amplia, más heterogénea, rica y diversa en significados, subjetividades y relaciones. Hacer invisible esta heterogeneidad e insistir en representarla por medio de una narrativa única sobre la subjetividad homosexual o de un sistema dual, responde más al anhelo de comunidad, que a la realidad (p.366).