Sexualidad, Salud y Sociedad

REVISTA LATINOAMERICANA


ISSN 1984-6487 / n.2 - 2009 - pp.181-186 / www.sexualidadsaludysociedad.org







CHO, Grace, 2008. Haunting the Korean Diaspora: Shame, Secrecy, and the Forgotten War. Minneapolis, London: University of Minnesota Press. 232 pp.




Rafael de la Dehesa

City University of New York – College of Staten Island


El 25 de junio de 1950 estalló el primer conflicto armado de la Guerra Fría. La Guerra de Corea dejaría, de una población peninsular de treinta millones, entre tres y cinco millones de civiles muertos, dos millones de desaparecidos y heridos, y otros diez millones de personas separadas de sus familiares por la Zona Desmilitarizada, que sigue dividiendo norte y sur a lo largo del paralelo 38º. Desde el final del conflicto –si puede llamarse “final” al armisticio de 1953– las enormes pérdidas materiales y psíquicas causadas por la llamada “Guerra Olvidada” han sido borradas de la memoria pública en Estados Unidos y, hasta cierto punto, en la propia península coreana. Una serie de narrativas ha construido un régimen de olvido, celebrando el “rescate” de Corea del Sur del comunismo por parte de Estados Unidos, su desarrollo económico como un Tigre Asiático, y la exitosa asimilación al “sueño americano” de la comunidad coreano-americana.

Haunting the Korean Diaspora: Shame, Secrecy, and the Forgotten War, el nuevo libro de la teórica feminista Grace M. Cho, busca perturbar estas mitologías y explorar los efectos psíquicos y sociales de los silencios que las constituyen. De los escombros de la guerra y la memoria traumatizada de una violencia que aún persiste, surge la figura fantasmática de la yanggongju, traducido literalmente como “princesa occidental”, pero también como “puta yanqui,” “novia de soldado”, “chica ONU” o “cabaretera.” Desde la guerra, más de un millón de mujeres coreanas han vendido su trabajo sexual a militares estadounidenses desplegados en el sur de la península. Todavía hoy, uno de los pilares más importantes –aunque no reconocido– de la alianza geopolítica entre ambos países lo constituyen las 27 mil mujeres que ejercen esta profesión. Allí, la yanggongju se ha convertido, al mismo tiempo, en un símbolo hiper-visibilizado en discursos nacionalistas –tanto pro cuanto anti-yanqui– y en una figura semiclandestina, a la sombra de los campamentos militares. Del otro lado del Pacífico, más de cien mil mujeres coreanas casadas con militares norteamericanos han compuesto uno de los principales flujos migratorios, contribuyendo a la diáspora. Hoy, la yanggongju –como “novia militar”– y sus familiares, representan aproximadamente la mitad de las personas de etnia coreana en Estados Unidos, enredadas nuevamente en pasados rodeados de secretos y fantasías de rescate.

La autora no busca ofrecernos una investigación etnográfica o empírica de trabajadoras sexuales en Corea, o de “novias militares” en Estados Unidos, ni una historia revisionista de la Guerra Coreana y su consecuente diáspora. En base a críticas pos-positivistas de las ciencias sociales y estudios de performance, el libro teje, más bien, en el análisis una variedad de textos sociológicos y literarios con escritos auto-etnográficos, para mostrar cómo la figura de la yanggongju ha sido constituida, en el imaginario colectivo, por fuerzas macro-sociales de guerra, colonialismo, militarismo e inmigración forzada, ligando éstas a las estructuras más íntimas, psíquicas y familiares.

Una de las contribuciones más importantes del libro –y tal vez de mayor interés para un público latinoamericano– es su exploración de teorías del afecto y del trauma. En su trabajo con hijos e hijas de sobrevivientes del Holocausto, nos explica Cho, los psicoanalistas Nicolas Abraham y Maria Torok sugieren que los secretos vergonzosos de una generación pueden ser transmitidos afectivamente a la siguiente. Partiendo de estas ideas, Cho describe cómo la figura de la yanggongju se ha convertido en un secreto vergonzoso trasmitido inconscientemente a nuevas generaciones, atravesando la diáspora y creando lo que Jacqueline Rose ha denominado “familias monstruosas de pertenencia reluctante.” Pero lejos de ser un ente pasivo, la yanggongju ejerce una agencia que rompe las narrativas históricas de las cuales su presencia ha sido borrada. Así, basándose en teorías psicoanalíticas que entienden el trauma no ya en términos de una herida o una falta, sino como un exceso, con potencial productivo, Cho muestra cómo su figura fantasmática ofrece nuevos métodos para ver y comprender el trauma.

La atención que la autora otorga a cuestiones afectivas desplaza el análisis, en cierta medida, del campo simbólico –generalmente privilegiado en las ciencias sociales– hacia el campo del registro. En este sentido, Cho se sitúa dentro del llamado affective turn, o “giro hacia el afecto”, una vertiente reciente en la teoría crítica en Estados Unidos, representada por otros teóricos como Patricia Clough, Brian Massumi y Saidiya Hartman. Como explica Clough, esta línea de análisis entiende


la afectividad como un substrato de respuestas corporales potenciales, con frecuencia autonómicas, que exceden la conciencia. Para estos investigadores, el afecto generalmente se refiere a capacidades corporales para afectar y ser afectados, o al aumento o la disminución de la capacidad del cuerpo para actuar, articularse o conectar, de tal manera que el auto-afecto está ligado al propio sentimiento de estar vivo, o sea, de la vida o la vitalidad (Clough, 2007:2).

En Haunting the Korean Diaspora, la emoción, la tensión, el miedo, la angustia, la vergüenza, en fin, las excitaciones corporales, necesariamente exceden lo representable y juegan un papel central en el libro, creando fisuras y posibilidades para subvertir lo narrable. Las metodologías innovadoras e incluso experimentales de esta obra –bellamente escrita– refuerzan la temática. El uso de viñetas auto-etnográficas, sus juegos con la temporalidad y la incorporación de distintas voces –como contrapunto a discursos académicos–, no sólo revelan las maneras en que la yanggongju quiebra narrativas aparentemente coherentes de asimilación, desarrollo económico, alianzas geopolíticas e incluso de nacionalismos feministas, sino que buscan también incorporar al lector en una relación afectiva con un texto, en cierto sentido, traumático.

Cho abre el libro con el recuerdo de las cenas familiares de su infancia y su deseo de comprender el sentimiento que tenía de su madre, una suerte de presencia ausente en la mesa. Es este deseo el que, en cierta medida, la motiva a escribir el libro. La introducción y el primer capítulo introducen las grandes cuestiones que serán exploradas en el texto, y presentan un panorama fascinante de diversas teorías de afecto y de trauma, contraponiendo el análisis macro-político y social con viñetas sumamente personales. El uso de métodos auto-etnográficos es notable porque resiste la tentación común de valorizar un sujeto “auténtico” que habla la (o más bien su) verdad. Desde un principio, Cho resalta las dificultades en narrar el trauma y escribir sobre una figura reiteradamente subyugada, problematizando al mismo tiempo la posibilidad de un sujeto enteramente coherente, o la de llegar a conclusiones (o verdades) fijas y finales.

El segundo capítulo La genealogía del trauma– enmarca los orígenes de la yanggongju contra el trasfondo histórico-militar de la Guerra de Corea. Al destruir las normas sociales cotidianas, la guerra estableció las bases psíquicas y sociales que conducirían a miles de civiles a bases militares estadounidenses en busca de trabajo, y a la eventual institucionalización de la prostitución militarizada. Cho contrapone testimonios de sobrevivientes de la guerra con propaganda de guerra estadounidense: “quémalos, cocínalos, fríelos” nos dice John Wayne en el documental This is Korea! del director John Ford, en una escena que muestra el uso extensivo de napalm contra civiles coreanos. La intención de Cho, nuevamente, no es presentar una historia exhaustiva de la guerra, sino excavar historias escondidas de violencia y dolor. Los numerosos testimonios de honbul después de la masacre de Nogeun-ri (refiriéndose a las llamas fantasmas que según leyendas coreanas aparecen en sitios de masacres o muertes injustas), han sido atribuidos a reacciones químicas de los cuerpos enterrados con la tierra, o a alucinaciones. Pero Cho sugiere que tal vez reflejen el han –el dolor y la furia irresueltos– de los muertos y los sobrevivientes que presenciaron la matanza.

Dadas las conexiones íntimas entre la historia de prostitución militarizada y la presencia estadounidense en Corea, quizás no provoque sorpresa que debates sobre nacionalismo, desarrollo y reunificación, se hayan inscrito en el cuerpo de la yanggongju. Estos son los temas explorados en el tercer capítulo. Allí, Cho traza la transición del sistema colonial japonés, de esclavitud sexual al sistema capitalista de prostitución militarizada posterior a la Segunda Guerra Mundial. Explora también dos periodos más recientes, en que la yanggongju se ha convertido en un símbolo al servicio de nacionalismos de diferentes índoles: las “campañas de limpieza” de los campamentos (1971-1976) y el surgimiento de un movimiento social oponiéndose a la prostitución militarizada (1991-2003). El caso de Yun Kum-i en particular, una profesional del sexo asesinada por su cliente, un soldado norteamericano, muestra cómo batallas geopolíticas despliegan el cuerpo de la yanggongju al servicio de fantasías más amplias de seguridad e identidad nacionales.

Este cuerpo herido es el punto de partida para el cuarto capítulo, que muestra cómo las historias de inmigración y asimilación coreanas a Estados Unidos dependen de una negación de este acúmulo de violencia y dolor. Estudios positivistas de inmigración en Estados Unidos han apuntado a inmigrantes asiático-americanos como un verdadero éxito en su asimilación a la cultura dominante, otorgándoles incluso la dudosa distinción de “blancos honorarios”. Señalan, como evidencias de este logro, ciertos marcadores demográficos, como el alto número de matrimonios interraciales (principalmente con blancos) y el alto índice de hogares donde sólo se habla inglés: parámetros que colocarían a los coreano-americanos como los más exitosos entre todos los grupos de origen asiático. Teóricos de estudios asiático-americanos han rechazado estas conclusiones por la manera en que borran el trauma, la violencia, y las relaciones de poder inherentes a las historias diaspóricas y a las narrativas de asimilación. En base a estas críticas, Cho contrapone viñetas basadas en historias orales de novias-militares coreanas con un análisis de textos literarios, autobiografías y entrevistas de una primera y segunda generaciones de escritores coreano-americanos. Empleando la noción de Deleuze y Guattari de percepción distribuida, este análisis intergeneracional sugiere la persistencia de un trauma distribuido entre personas conectadas a la yanggongju que subvierte fantasías de rescate y asimilación.

El capítulo final retoma algunas de estas problemáticas. ¿Cuáles son los costos psíquicos de la asimilación de la yanggongju a Estados Unidos? ¿Qué pasa cuando se intenta asimilar un trauma que inevitablemente excede la capacidad de simbolizar? La conclusión explora las historias de vida de mujeres, trabajadoras sexuales, que se iniciaron en la pobreza rural y terminaron en psicosis. Al mismo tiempo que reconoce el importante trabajo de activistas para visibilizar las necesidades relativas a salud mental de inmigrantes coreanas y trabajadoras sexuales, la autora relativiza estas narrativas con una discusión sobre la construcción cultural de la locura. Retomando nuevamente las ideas de Deleuze y Guattari como punto de partida, Cho nos desafía a considerar qué pasaría si en lugar de tachar como síntomas de locura las voces y alucinaciones asociadas con la esquizofrenia, las viésemos como apertura hacia otras posibilidades para oír y ver el trauma. Como explica Cho, el propósito de lo que ella denomina “visión diaspórica” –o lo que el teórico John Johnston ha llamado “una multiplicidad esquizofrénica de voces”– no es contar una historia, sino registrar lo que no se puede narrar. Haunting the Korean Diaspora, en fin, es un libro ambicioso. Por una parte, revela las maneras en que discursos de nacionalismo, desarrollo, geopolítica, activismo, género e incluso de producción en las ciencias sociales, operan para silenciar un trauma que finalmente resiste su domesticación. Urde, como pocas obras, de manera efectiva y conmovedora, lo político y lo personal. Y su articulación de paradigmas teóricos innovadores con metodologías experimentales invita al lector nada menos que a explorar nuevos métodos de percepción.



Referencia bibliográfica


CLOUGH, Patricia T. 2007. “Introduction”. In: _____ & HALLEY, J. The Affective Turn: Theorizing the Social. Durham, North Carolina: Duke University Press.