Sexualidad, Salud y Sociedad

REVISTA LATINOAMERICANA


ISSN 1984-6487 / n.2 2009 pp.162-180 / www.sexualidadsaludysociedad.org




Feminismo filosófico y pensamiento

post-estructuralista: teorías y reflexiones acerca

de las nociones de sujeto e identidad femenina



Laura Zambrini

Licenciada en Sociología – UBA

Doctoranda en Ciencias Sociales – FCS-UBA, Argentina

Becaria CONICET – Instituto de Investigaciones Gino Germani


> laura.zambrini@gmail.com


Paula Iadevito

Licenciada en Sociología – UBA

Doctoranda en Ciencias Sociales – FCS-UBA, Argentina

Becaria CONICET – Instituto de Investigaciones Gino Germani


> paulaiadevito@yahoo.com.ar



Feminismo filosófico y pensamiento post-estructuralista: teorías y reflexiones acerca de las nociones de sujeto e identidad femenina


Resumen: El post-estructuralismo esgrimió una de las principales críticas a la modernidad basándose en el concepto de de-construcción de Jacques Derrida, mediante el cual cuestionó la racionalidad occidental binaria y etnocéntrica. A su vez, las teorías feministas trabajaron en la de-construcción de la categoría mujer. Sin embargo, consideramos que han sido las nuevas corrientes feministas las que, incorporando la operación de-constructiva, han renovado las líneas teóricas en relación con la especificidad de su objeto de estudio y con sus posicionamientos políticos.

Palabras-clave: feminismo; post-estructuralismo; de-construcción; subjetividad; género


Feminismo filosófico e pensamento pós-estruturalista: teorias e reflexões a respeito das noções de sujeito e identidade feminina


Resumo: O pós-estruturalismo estabeleceu uma das principais críticas à modernidade apoiando-se no conceito de desconstrução de Jacques Derrida, mediante o qual questionou a racionalidade ocidental binária e etnocêntrica. Por sua vez, as teorias feministas trabalharam na desconstrução da categoria mulher. Entretanto, consideramos que foram as novas correntes feministas as que, incorporando a operação desconstrutiva, renovaram as linhas teóricas em relação à especificidade de seu objeto de estudo e aos seus posicionamentos políticos.

Palavras-chave: feminismo; pós-estruturalismo; desconstrução; subjetividade; gênero


Philosophical Feminism and Post-structuralist thought: theories and reflections on the notions of female subject and identity


Abstract: Post-structuralism wielded one of the main critiques of Modernity, based on Jacques Derrida’s concept of deconstruction, which questions the binarism and ethnocentrism of Western rationality. Feminist theories also worked on the deconstruction of ‘woman’ as a category. Nevertheless, we argue that, by incorporating the deconstructive operation, new feminist trends have renewed theory in relation to the specificity of their object of study and political stances.

Keywords: Feminism; Post-structuralism; Deconstruction; Subjectivity; Gender




Feminismo filosófico y pensamiento

post-estructuralista: teorías y reflexiones acerca

de las nociones de sujeto e identidad femenina


Introducción


El objetivo del presente artículo es generar ciertas reflexiones teóricas sobre la construcción de las categorías de sujeto e identidad femenina, desde algunas de las teorías feministas recientes. Para ello, haremos un breve recorrido teórico sobre la convergencia entre distintas corrientes del feminismo filosófico y el pensamiento post-estructuralista. Partimos de algunas observaciones sobre los contextos socio-político y cultural actuales, que habilitan nuevas interpretaciones y conceptualizaciones dentro del pensamiento feminista y de las ciencias sociales en general. De este modo, retomamos los aportes teóricos de Judith Butler, y los complementamos con diversos autores y autoras –como Teresa De Lauretis,entre otros/as– en tanto contribuyen al desarrollo de una teoría alternativa del sujeto intentando superar el esencialismo y el nominalismo. Sostenemos que la propuesta teórica de Judith Butler sobre la constitución de la identidad se basa en la noción de performatividad ligada a una concepción de lo social como campo de relaciones de poder donde la identidad es una estabilización contingente y precaria. Teresa De Lauretis, por su parte, nos invita a pensar la subjetividad como un proceso continuo, que supone una renovación constante basada en la interacción con el mundo; es decir, la subjetividad se sustenta en la experiencia personal, en las prácticas y los discursos que otorgan significado a los acontecimientos. Estas dos miradas se inscriben –dentro del feminismo filosófico– en lo que podría denominarse tercera opción o postura, pues conciben la identidad desde la perspectiva que la define como construcción posicional y narrativa, y le reconocen la particularidad de ser relativa, dinámica y generizada (Butler, 1997; De Lauretis, 1996).


Contexto y emergencia del feminismo reciente


El mundo actual, configurado a partir de múltiples reestructuraciones de los escenarios locales e internacionales, ha dado lugar a un nuevo contexto sociocultural y político, con la emergencia de nuevas identidades signadas por la globalización y las diversidades culturales (Sassen, 1999; 2003). Es decir que los tiempos de la globalización se caracterizan por la desaparición de aquellas viejas formas productivas que operaban como principales herramientas de identificación social. La crisis de las principales instituciones –que regulaban los lazos sociales en torno a la producción industrial-capitalista con arbitraje estatal– se ve reflejada, a grandes rasgos, en el auge del capital financiero; las nuevas formas productivas y tecnológicas; la re-definición del espacio-tiempo; la disolución de las fronteras; la tensión entre lo global y lo local; y la hibridación cultural, entre otros aspectos. Asistimos, en consecuencia, a la emergencia de nuevas problemáticas sociales surgidas a partir de la profundización de las políticas neoliberales de la década del ´90. El impacto de este proceso se vislumbra en lo que Gilles Deleuze (1990) denomina el advenimiento de las nuevas sociedades de control1 –en detrimento de las sociedades disciplinarias así llamadas por Michel Foucault– en las que se han ido configurando nuevas subjetividades e identidades sociales.

En la actualidad, el proceso de conformación de las identidades se ha re-estructurado, y el “don de la flexibilidad” es uno de los requisitos indispensables para su adaptación a los escenarios de la imprevisibilidad (Bauman, 1999). Estas profundas transformaciones socioeconómicas y culturales encuentran –como correlato– una acentuación de los particularismos, es decir, una tendencia creciente a la diferenciación que se manifiesta en la emergencia de nuevas identidades políticas, multiculturales, étnicas, religiosas y sexuales, entre otras. Así, los “nuevos sujetos” del mundo globalizado definen sus formas de vida a partir de anclajes identitarios heterogéneos (Jameson & Žižek, 1998). En los términos de Ernesto Laclau:

Este carácter incompleto y precario de las fronteras que constituyen la división social están a la raíz de la posibilidad, en el mundo contemporáneo, de una autonomización general de las luchas sociales –los llamados nuevos movimientos sociales– que van más allá de toda subordinación a una frontera única que sería la sola fuente de la división social (Laclau, 1996:37).


En este contexto, las ciencias sociales abogan por la re-significación de sus categorías de análisis en virtud de pensar la noción de sujeto en las nuevas circunstancias históricas. La corriente teórico-filosófica post-estructuralista ha esgrimido las principales críticas a la modernidad valiéndose del concepto de de-construcción de Jacques Derrida, desde el cuál se cuestiona la racionalidad Occidental basada en esquemas binarios y etnocéntricos. Por su parte, las teorías feministas también han trabajado en la de-construcción de las categorías sexo y género. No obstante, consideramos que las teorías feministas recientes –que han incorporado la operación de-constructiva–han renovado, a su vez, líneas teóricas en relación con la especificidad de su objeto de estudio y con sus posicionamientos políticos.

El denominado pensamiento postmoderno, como contexto ideológico, también ha ejercido influencia en las teorías que se desarrollarán a continuación, en tanto que no se proponen utopías u ordenes sociales ideales a los cuales se debería arribar. El énfasis radica en la toma de decisión y capacidad transformadora de cada sujeto, en tanto libertades singulares. La integración de la operación de-constructiva será vital en dicho proceso, así como también las relevancias teóricas de autores como Jacques Derrida y Gilles Deleuze dentro de las producciones de las distintas corrientes feministas.


Dilemas entre el sujeto del feminismo cultural y el sujeto post-estructuralista


La distinción entre sexo y género ha permitido abandonar los supuestos que señalaban la identidad sexual como producto de la naturaleza; esto permitió re-pensar los modos en que los cuerpos son leídos e interpretados por la cultura. Es desde esta posición teórica que surgen nuevos interrogantes acerca de la identidad y el género. Nos preguntamos si es posible pensar en un sujeto que auto-construye su identidad o si –por el contrario– estará determinado por la estructura social; o si ambos procesos intervienen de forma recíproca.

El pensamiento feminista de las últimas décadas ha intentado explicar las relaciones de dominación de género, y puede resumirse en dos grandes proposiciones teóricas. Más allá de los matices y en función de los objetivos del presente artículo, podemos englobar, tanto al feminismo de la igualdad2 como al feminismo de la diferencia,3 en el llamado feminismo cultural, pues ambas corrientes no lograron romper con la “lógica de la identidad” criticada por las post-estructuralistas a partir de la noción de différance esbozada por Jacques Derrida.4

Por un lado, el feminismo cultural (los trabajos de Mary Daly y de Adrienne Rich se ubicarían en esta línea)5 sostuvo que el problema radicaba en que la cultura masculina dominante definía –desde su particular punto de vista– intereses que no se correspondían con los del mundo femenino. Así fue que las feministas culturales señalaron la importancia de recuperar la esencia femenina subyugada por el patriarcado, y plantearon la construcción de una cultura centrada en la mujer como la acción políticamente correcta. Frente a las feministas liberales, estos planteos resultaron disruptivos y dieron lugar a la reconciliación con los valores y virtudes femeninas. Sin embargo, el feminismo cultural quedó atrapado en la propuesta de una feminidad redefinida. No consiguió ir más allá, no logró elaborar un programa político de largo plazo que pudiera impulsar al movimiento feminista; por el contrario, terminó configurando un sujeto femenino cultural esencializado.

Por otro lado, desde la perspectiva del feminismo post-estructuralista, se abogó por la de-construcción de la categoría mujer y, en este sentido, todo esfuerzo por definir la identidad femenina lo consideraron en términos de reproducción de lógicas y estrategias misóginas. Cabe mencionar a Julia Kristeva como una de las feministas post-estructuralistas más influyentes6; Biddy Martin y Chandra Talpade Mohanty, entre otras, también se ubican dentro de esta corriente. Señalaron la inexistencia de un núcleo esencial natural, y entendieron la experiencia de la subjetividad como una construcción mediatizada por un discurso social que excedía el control individual. Las feministas post-estructuralistas dieron al sujeto la capacidad de trascender el discurso social. Sin duda, esta mirada fomentó la idea de una mayor libertad para las mujeres, entendida como una proliferación de las diferencias despojadas de la identidad de género predeterminada por el patriarcado o por el feminismo cultural. Además, en discrepancia con el feminismo liberal y el feminismo cultural, el feminismo post-estructuralista problematizó la cuestión de la construcción de la subjetividad. No obstante, en el terreno de la práctica política, no logró despegar del momento negativo; detenidas en la operación de de-construcción, las feministas post-estructuralistas no fueron capaces de formular y fundamentar una política feminista positiva (Butler, 1997; Córdoba García, 2003).


Aportes teóricos de Judith Butler y Teresa De Lauretis: otros modos de abordar la subjetividad generizada


Ambas posturas –el feminismo cultural y el feminismo post-estructuralista– pueden ser criticadas desde la teoría de Michel Foucault respecto a las nociones de sujeto y las relaciones de poder. El feminismo cultural pregonaba la recuperación de una esencia legitimadora de la identidad femenina, reafirmado la existencia de un poder estructural y totalizador, sin espacios de resistencias ni fisuras. Por su parte, el feminismo post-estructuralista estableció la idea de un sujeto por fuera de las relaciones de poder, capaz de subvertir las relaciones de género desde un accionar político y autónomo de lo social. Sin embargo, otras teorías feministas incorporaron la crítica foucaultiana, sosteniendo que donde hay poder también existen formas de resistencias, aunque éstas puedan tener efectos ambiguos, no necesariamente de transformación.

Las ideas centrales desarrolladas por Judith Butler y Teresa De Lauretis permiten reflexionar acerca de la perspectiva de género como herramienta teórica, epistemológica y metodológica en los estudios de los procesos de construcción de las identidades generizadas.

La teoría performativa de la identidad planteada por Judith Butler ha intentado equilibrar dos propuestas teóricas: el esencialismo sociológico y el voluntarismo subjetivista. Esta autora ha destacado que la interpelación ideológica –en los términos en que la explica Louis Althusser (1977)– genera la ilusión de un sujeto portador de una esencia anterior a lo social, lo que genera un efecto naturalizador de las identidades y de las relaciones sociales. Este sujeto situado por delante del acto de interpelación/socialización es el que Judith Butler pretende de-construir. Su lectura nos propone una interpretación del sexo como efecto del proceso de naturalización de la estructura social de género y de la hetero-normatividad. La autora se vale del concepto de performatividad y señala que no hay esencia detrás de las performances o actuaciones de género, sino que las mismas –en su repetición compulsiva– producen el efecto, la ilusión, de una esencia natural.

Con relación a estos conceptos, es preciso tener en cuenta la contribución teórica de John Austin (1992 [1962]), quien distingue las formaciones lingüísticas que describen un estado de cosas (emisiones constatativas) de aquellas que son acciones (emisiones performativas);7 y señala que éstas últimas son las que –por el hecho mismo de expresar– están dando cuenta de una acción, lo que no significa que describan lo que el sujeto está haciendo. La idea de lo performativo que piensa John Austin en torno al lenguaje es coincidente con el modo en que Judith Butler concibe al género (como performance). En un mismo sentido, Butler toma en cuenta para el desarrollo de su teoría la concepción de-constructiva del lenguaje de Jacques Derrida y sus conceptos de différance y huella, que ponen el acento en la ausencia, la distancia y la diferencia entre el objeto y su representación.8 Dichos autores concuerdan que en la expresión de una emisión, experiencia, actuación, se está realizando una acción performativa, enfatizando la dimensión discursiva del sujeto y de lo social.

En consonancia con ello, los aportes de Teresa De Lauretis se refieren a la idea de una subjetividad construida en un proceso permanente que se basa en la experiencia. Es en esa trayectoria donde cada persona adquiere su género. Desde esta concepción, la subjetividad no está (sobre)determinada por la biología, ni tampoco por una “intencionalidad libre y racional”, sino por la experiencia que la misma define en la interacción semiótica (Alcoff, 2001:90). Teresa De Lauretis reconoce al concepto de subjetividad un dinamismo inherente: el compromiso del sujeto con la realidad social se constituye en una interacción en constante movimiento, variación y apertura a las variaciones dadas por el auto-análisis producto de la práctica reflexiva (con otros sujetos). Entonces, este proceso de construcción de la subjetividad se constituye como un proceso histórico de conciencia que conlleva formas de compromiso y lucha política (De Lauretis, 1996).

Las teorías de Judith Butler y de Teresa De Lauretis nos conducen a pensar una subjetividad generizada, en la cual intervienen tanto la dimensión discursiva como la dimensión de las prácticas concretas de los sujetos. Desde el enfoque teórico que desarrollan estas autoras puede inferirse una noción de un sujeto no esencializado, sino producto de una experiencia histórica. En este marco, los conceptos de identidad y género resultan no naturales, no biológicos, no universales, no a-históricos. Por ende, la noción de subjetividad esgrimida por Butler y De Lauretis supone el concepto de posicionalidad: el proceso de construcción identitario siempre es relativo a un contexto sociocultural.


La necesidad de de-construir el lenguaje


El pensamiento ilustrado –surgido a partir del s. XVIII– se basó en una concepción universalista del ser humano. Esto implicaba una noción de sujeto regida por una lógica de la identidad fundada en oposiciones binarias. Los intelectuales burgueses que asumieron esta perspectiva se apropiaron de una mirada totalizadora de la realidad, anulando el sentido del punto de vista, fortaleciendo el lugar de la hegemonía y subordinando las diferencias. Los principales binarismos radicaban en las separaciones entre naturaleza/cultura; objeto/sujeto; masculino/ femenino; y público/privado, como ordenadores de la vida social.

Hacia fines del siglo XX, la filosofía y el feminismo lograron converger en varios sentidos. En principio, los debates al interior del campo de la filosofía apuntaban a cuestionar y reconsiderar las estructuras de pensamiento propias de la Ilustración, del mismo modo que el feminismo debatía en su interior las oposiciones femenino/masculino y público/privado. Básicamente, coincidieron en el cuestionamiento de la lógica de la identidad basada en la concepción de un sujeto consciente de sí mismo y del mundo que lo rodea. Dicha lógica identitaria fue la que sostuvo la correspondencia entre el mundo y el lenguaje que lo representa. De igual modo, esta continuidad fue la que selló una relación natural entre el sexo y el cuerpo, fortaleciendo la matriz heterosexista. Una de las críticas que la filosofía y el feminismo realizaron a la Ilustración estuvo dirigida a la concepción del lenguaje como el principal conector entre los sujetos y las cosas.

Las ciencias sociales, desde mediados del siglo XX, habían ya comenzado a cuestionar esa postura, ubicándose en las llamadas corrientes post-modernas. Se buscaba invertir la forma de pensar el lenguaje; ya no como mero reflejo de la realidad, sino él mismo constituyéndonos como sujetos. Esta argumentación pretendió contradecir el mecanismo de reproducción de los binarismos que rigió la lógica de la identidad ilustrada, aquella que ha marcado la estructura de pensamiento occidental y ha impregnado los imaginarios contemporáneos. Precisamente, es este replanteo referente al rol del lenguaje el que posibilitó el encuentro teórico entre el feminismo y la corriente teórico-filosófica post-estructuralista.

Michel Pechaux considera –en la misma línea– que el sujeto se constituye a partir de la interpelación ideológica, es decir, atravesado y constituido por los discursos sociales. Esto generaría diversos efectos de sentido entre los locutores. Para este autor, todo lo que produce efectos de sentido es, en sí mismo, un discurso, y la materialidad también es parte constitutiva del lenguaje, traduciéndose en prácticas concretas (Pecheaux, 1997). En este aspecto, la visión de Judith Butler también confiere al lenguaje un rol protagónico, pues considera –en oposición a Julia Kristeva9 que no hay posibilidades de fuga por fuera del lenguaje y la cultura. Por consiguiente, una lucha política auspiciosa, para generar efectos transformadores, debería enmarcarse en la cultura misma. Tanto Pecheaux como Butler (influenciados por las ideas de Foucault y Althusser), consideran que los sujetos somos interpelados por determinadas formaciones discursivas, y que, por su parte, nos atraviesan universos y entramados simbólicos mediante los cuales nos constituimos como sujetos. Es importante por ello tener en cuenta las condiciones de producción de los discursos y los distintos efectos ideológicos. Butler tendrá en cuenta dichas premisas a la hora de repensar la noción de cuerpo físico y la influencia del discurso –y sus efectos naturalizadores– en la construcción de las categorías sexo y género. La autora problematiza el esquema binario y la heterosexualidad como norma única y natural. Dicha visión queda, así, plasmada en la teoría de la performatividad de los géneros, en la cual, mediante la reiteración de las prácticas discursivas del sexo/género, se materializan los cuerpos y las identidades a partir de la hetero-normatividad.


De-construcción y pensamiento feminista


Como señalamos anteriormente, el post-estructuralismo ha reivindicado un sujeto no ilustrado y no universalista, pero su principal aporte ha residido en la operación de-constructiva de la relación entre el mundo y el lenguaje. Hacia fines de la década del ‘60, fue Jacques Derrida quien introdujo el término de-construcción, sin jamás imaginar las repercusiones que el mismo generaría, tanto en Europa como en Estados Unidos. Su pensamiento logró incidir en los más diversos campos del saber: en la filosofía, la crítica literaria y estética; en los análisis de las instituciones y la reflexión política; entre otros. Así fue que la noción de de-construcción ingresó al campo del discurso estructuralista que dominaba el panorama cultural francés, ocasionando intensas polémicas. El propio término de-construcción expresaba cierto interés y/o preocupación por las estructuras, al tiempo que sugería cuestionarlas. El propósito de la tarea de-constructiva consiste en des-hacer, des-montar lo que ha sido edificado, pero mediante esta labor no se pretende destruirlo todo sino comprender el modo en que ese “algo” ha sido construido, articulado, y cuál es el sentido que entraña. La de-construcción se propone como intervención activa, valiéndose de estrategias que hacen vibrar la totalidad; así fue como logró conmover la arquitectura de la tradición cultural occidental, sus normativas, modelos, códigos y valores. No obstante, la de-construcción jamás puede ser una operación de un sujeto, pues forma parte integrante del mismo; esto es, se trata de un acontecimiento que no espera la deliberación, la conciencia o la organización del sujeto, ni siquiera de la modernidad (Derrida, 1989).

Mediante la noción de différance –que implica mirar la temporalidad y poner el acento en la falta de identidad– Derrida sostiene que el sentido siempre es algo diferido y, por ello, esta característica también afectará tanto al lenguaje como al sujeto respecto de sí mismo. Sin embargo, permite concebir al sujeto como una multiplicidad abierta, y a la identidad como una ficción que se replantea en cada contexto y se reinventa nuevamente en cada caso. Es esta diversidad expresada –como singularidad de lo de-construido– la que nos estimula a hablar de de-construcciones, en plural (Derrida, 1971b).

A partir de allí, las corrientes actuales del pensamiento feminista han incorporado la operación de-constructiva, orientando sus aportes al campo de las relaciones de género y a sus intereses políticos particulares. Existen tantas de-construcciones como feminismos (Poovey, 2001). No obstante, nos interesa destacar el vínculo entre ambas corrientes de pensamiento: el post-estructuralismo y los feminismos recientes, para así poner de relieve las modalidades de re-escritura que el feminismo ha ensayado acerca de la de-construcción. Esta apuesta acarreó una profunda transformación del campo feminista, dando lugar a un modo de pensamiento que se propagó más allá de sus premisas fundacionales.

Mary Poovey advierte que uno de los aportes más significativos de la de-construcción al feminismo fue el proyecto de la des-mistificación y, señala lo siguiente: En la medida en que la ‘de-construcción’ revela la naturaleza figurativa de toda ideología, puede exponer el artificio inherente en categorías tales como la ‘naturaleza’ y el’ género (2001:58). También contempla otros aportes, no menos importantes para el pensamiento feminista: a) el reto a la lógica jerárquica y oposicional, que propone una alternativa a las oposiciones binarias; y b) la problematización de la unicidad pretendida por toda identidad y las relaciones de poder que dicha identidad enmascara. Surge así la idea de entre-medio, que habilita una reflexión sobre el poder y la identidad evidenciando el carácter fragmentario de ambos conceptos.

En síntesis, todas estas contribuciones ponen al descubierto que, tanto la definición de los géneros como la oposición entre los sexos, son construcciones sociales. Este enfoque, además, complejiza muchas de las conceptualizaciones feministas, en la medida en que formula una operación de-constructiva que se basa en la re-conceptualización del sexo, trascendiendo la filiación entre sexo y roles sociales. Las llamadas teorías Queer, por ejemplo, han brindado numerosos aportes en relación con la conformación de las identidades colectivas, intentando trascender las categorías sexo-género, para alcanzar la emancipación teórica y política (Haraway, 1995; Preciado, 2002).


La performatividad en Judith Butler


Las influencias de Derrida y de Foucault dentro del pensamiento feminista han permitido historizar el binarismo y re-pensar sus significados en los contextos de la ciencia y la tecnología. De este modo, han surgido nuevas posturas11 respecto a la relación entre el cuerpo físico y las influencias del discurso en la construcción del sexo-género. Como ya vimos, Butler ha desarrollado la teoría de la performatividad de los géneros, cuestionando lo binario y desnaturalizando la norma heterosexual. Esta autora define lo performativo como la reiteración de las prácticas discursivas en torno a la relación sexo-género en tanto categorías contingentes. Su crítica se afinca en que, a partir de dicha reiteración discursiva, se va a producir la materialización de los cuerpos y de las identidades de acuerdo a la norma heterosexual. Sostiene, asimismo, que mediante el lenguaje se definirá, a nivel político, a quiénes se representa y a quiénes se excluye. Esto la distanciará de las posturas feministas anteriores, ya que cuestiona la categoría mujer como un homogéneo (Butler, 1997; 2001).

En su interés subyace una crítica a la racionalidad moderna y al esquema binario de pensamiento. Para ello, establece un objetivo político y de visibilización en torno a las problemáticas de las mujeres y de las minorías sexuales. Judith Butler señala que el sexo-género es algo más que una construcción ficcional, pues produce géneros inteligibles. Esta inteligibilidad abogará por la coherencia entre el sexo, el género, la orientación sexual, el deseo y las prácticas sexuales con fines identitarios y normativos. Para repensar dichas categorías, Butler recurre a los planteos de Foucault (1961) respecto a la noción del poder como productor de sujetos y saberes. Es decir, que esta idea de ficción identitaria presupone, además, separar lo auténtico de lo aparente como categorías moralizantes y esencialistas (Nietzsche, 1998 [1873]). Asimismo, Butler sugiere que el esquema sexo-género representa a las mujeres hegemónicas, dejando ocultas otras opresiones. Su recorrido teórico partirá de la premisa de Simone de Beauvoir (2000 [1949]): No se nace mujer, sino que se llega a serlo. Este postulado será (re)significado a partir del pensamiento de Foucault, y devendrá luego en la noción de performatividad: el género como una actuación.

La fenomenología –en tanto corriente filosófica– sostiene que cuando el sujeto llega al mundo, el sentido está preestablecido y preconcebido respecto de lo que debemos ser (Merleau Ponty, 1945). Para Butler, en cambio, esto condiciona, pero no determina. Pues llegar “a ser un género” está conectado con existir y habitar un cuerpo. Desde esta perspectiva, el género no es algo fijo y acabado, sino que, por el contrario, es posible reproducir y reconstruir el sentido poniendo el acento en el cuerpo. La autora sugiere que la existencia es corpórea, ya que a medida que se actúa se produce el género. En otras palabras, el sexo es interpretado como una construcción cultural, en tanto que el cuerpo no es algo neutro ni previo al sentido. Entonces, las posibilidades corpóreas estarán predeterminadas por el discurso social normativo, pero Butler afirma que, mediante la actuación y las performances, podemos modificarlas. La supuesta estabilidad que surge de la coherencia ficcional entre el sexo-género se encuentra atravesada por múltiples relaciones sociales tendientes a normatizar la heterosexualidad como obligatoria. Judith Butler sostiene que de la dinámica entre la elección/coacción surge la posibilidad de invención, aunque creemos que no son elecciones/invenciones radicales, sino sólo las culturalmente posibles e imaginables. Estas elecciones conformarán las identidades con anclajes colectivos (Butler, 2001).

El pensamiento de Monique Wittig también influirá en la producción de Judith Butler, pues mediante la categoría del sujeto lesbiano, Monique Wittig se opone al binarismo. A su vez, esta autora establece una crítica a la genitalidad, porque la misma define a los sujetos a partir de una sola parte del cuerpo (los genitales), y propone trasladar esta mirada hacia otras zonas corpóreas. Cuestiona también la norma heterosexual y el imperativo de la reproducción (Wittig, 1974). Butler retoma el planteo de Monique Wittig, pero señala que esta autora no toma en cuenta el rol del lenguaje, pues –como ya dijimos– Judith Butler considera que la gramática también expresa los binarismos modernos.

Hemos visto que los planteos de Foucault han sido una gran influencia dentro del pensamiento de Butler, sobre todo en torno a la noción de poder y las resistencias que éste conlleva. En otras palabras, los mismos mecanismos de poder que nos moldean y construyen como sujetos también incluyen las posibilidades de fisuras y resistencias, tanto colectivas como institucionales. A través de la mirada de Foucault, “llegar a ser mujer”, tal como fue planteado por Simone de Beauvoir, se transforma en la noción de performatividad del género planteada por Butler. Es decir que las instituciones generarían hábitos de comportamiento que la sociedad naturaliza, pero este proceso es producto de la repetición/habitualidad. Es en esta repetición donde, según Butler, reside la supuesta estabilidad en el actuar y en las identidades, las cuales están dotadas de un carácter ficticio. Si bien no hay esencia, sí habría, en cambio, una construcción que resulta relativamente estable (De Lauretis, 1996, Butler, 2001). Dicha estabilidad en las actuaciones supondría los postulados de Derrida en tanto reiteración y puesta en escena de los actos sociales.

Butler, a partir del pensamiento de Derrida, va a sostener que no hay identidades originales ni copias, pues desde la perspectiva de la repetición, cada vez que se actúa/performa, es una vez en sí misma. Re-pensar las identidades en tanto los modos de ser de las personas supone incorporar a las identidades genéricas; pero hemos visto que –desde el pensamiento de Butler– estas identidades no son esenciales, sino que funcionan como repeticiones y performances interiorizadas.

La autora denuncia el contexto coactivo en el que se dan las actuaciones de género, ya que se castiga a quienes no representan su género de acuerdo a la norma heterosexual y binaria, como ocurre, por ejemplo, con las minorías sexuales. No obstante, Judith Butler no sugiere el abandono de dichas categorías, sino que propone la re-significación y reconstrucción de los géneros en términos de lo que ella piensa como performatividad. En este sentido, resulta pertinente mencionar el énfasis que le atribuye al papel del cuerpo como el lugar de la opresión y, a su vez, de la lucha política concreta. Según sus propios términos: “(...) es a través del cuerpo que el género y la sexualidad se exponen a otros, que se implican en los procesos sociales, que son inscriptos en las normas culturales y aprehendidos en sus significados sociales(2004:39). Las luchas reivindicativas que declaman una autonomía absoluta de los sujetos –transcendiendo las estructuras sociales–, son matizadas por Butler. Así, argumenta que si bien el cuerpo es potencialmente fuente de agencia, nunca llegará a una emancipación total, puesto que tanto el cuerpo como la subjetividad, tienen indefectiblemente una dimensión pública y social. Echar luz sobre dicha paradoja, contribuye a un profundo debate en el interior del feminismo como movimiento reivindicativo y social, pues pone el acento en el escenario donde se desatan las luchas sociales por el sentido. Mediante la noción de pulsión, Butler (2004), encuentra una vía adecuada para exponer el impulso que trasciende a algunos cuerpos en la búsqueda de representación. Se refiere allí a aquellos cuerpos que son oscurecidos y silenciados por las representaciones hegemónicas, pero que, por su mera existencia, son capaces de sorprender, cuestionar y, por ende, trastocar las normas establecidas.12 Por esta razón, la autora aboga por la necesidad de redefinir y relativizar la normatividad existente mediante la cual experimentamos una manera posible de transitar la vida social, en desmedro de otras. Su propuesta supone recrear en conjunto –y desde las performances políticas– las nociones sobre la vida humana a partir de categorías flexibles y abiertas a nuevas formas de representación e integración social.


Comentarios finales


Hasta aquí nos propusimos reflexionar acerca del recorrido teórico que ha posibilitado el encuentro entre la filosofía y el feminismo. Dicho encuentro ha permitido poner en cuestión las principales categorías binarias que han sustentado a la modernidad y sus legados. La de-construcción del lenguaje y de la lógica de la identidad ha enriquecido las producciones intelectuales del pensamiento feminista y de los recientes estudios de las identidades en las ciencias sociales (Hall, 1996; Robin, 1996; Arfuch, 2002; Braidoti, 2000).

La llamada tercera posición (Judith Butler, Teresa De Lauretis, entre otras), se valió de la operación de-constructiva para anular la idea de sujeto identitario. Sin embargo, al trasladar esta operación al terreno de las relaciones de género –como campo específico de saber-poder (Foucault, 1993)– necesitó inexorablemente pronunciar explicaciones acerca del proceso de construcción de las identidades.

Pensar las distintas modalidades que asume el proceso de construcción identitaria en los escenarios socio-políticos actuales (tomando en cuenta el carácter político que emana de toda identidad) ha sido uno de los desafíos principales del pensamiento feminista de las últimas décadas. En este sentido, el estudio de la subjetividad generizada debe entenderse en relación con los discursos sociales, constitutivos e instituyentes, que han contribuido a la configuración de una discursividad propia ligada a determinado reclamo colectivo.

La operatoria de-constructiva resultó una herramienta útil para el feminismo. Sin embargo, su dilema ha girado en torno a cómo fundamentar una política feminista basada en la de-construcción del sujeto femenino.13 El replanteo aquí se basa en que sin una categoría positiva del ser-mujer –“inmune” a la de-construcción– el feminismo quedaba atrapado en lo de-constructivo y, por lo tanto, en el nominalismo (así como el feminismo cultural había quedado preso del esencialismo). De este modo, la salida para salvaguardar la especificidad metodológica de la operación de-constructiva es someter dicha operatoria a la observación histórica permanente. Esto evitaría caer en una variante de la reproducción del sistema binario de matriz hetero-sexista, y quedar en el estadio de la mera crítica negativa. Permitiría, a su vez, formular una alternativa positiva que habilite a explorar la categoría mujer como experiencia de la subjetividad (moldeada por el género), sin consentir que dicha exploración resulte necesariamente en una posición nominalista sobre el género, o en una eliminación del mismo.

Desde este enfoque, la articulación entre las nociones de subjetividad y género –tal como lo han ensayado las pensadoras feministas de la tercera vía– se plantea como una necesidad, sin por ello pretender la sujeción a dichas nociones de una vez y para siempre. La subjetividad generizada es entonces tomada en cuenta en su dimensión histórica, en busca de evadir la tendencia a producir explicaciones generales, universales y esenciales. Es deseable, por tanto, que el feminismo actual continúe y profundice la posibilidad de explorar una teoría del sujeto con género, orientada a resolver el dilema entre un sujeto feminista cultural, esencializado, y un sujeto post-estructuralista carente de género.

Creemos que la dimensión de género –independientemente del enfoque teórico adoptado– es indispensable para el abordaje de la problemática de las identidades en el contexto actual. Esta dimensión le imprime a la subjetividad un lugar determinado en el mundo y, al mismo tiempo, interviene (re)significando tanto las teorías como las prácticas sociales.

Consideramos, por último, que los debates al interior del feminismo y de las ciencias sociales en general, deben orientarse hacia la convergencia de miradas provenientes de las distintas áreas de conocimiento. Buscamos, así, generar una interpretación sobre el cruce entre el feminismo, la filosofía y la teoría social, para contribuir a la reflexión en torno de la subjetividad generizada y sus transformaciones históricas. Judith Butler nos invita a repensar, no sólo una forma productiva de generar el conocimiento, sino también el tránsito por la vida, proponiendo la apertura y la contingencia como elementos fundamentales para abarcar y comprender la diversidad sociocultural:

Puede ser que lo correcto y lo bueno consista en mantenerse abiertos a las tensiones que acechan las categorías más fundamentales que requerimos, en conocer el desconocimiento que se halla en el núcleo de lo que sabemos y de lo que necesitamos, y en reconocer el signo de la vida en lo que soportamos sin tener ninguna certeza de lo que vendrá (2004:66).



El propósito de nuestro trabajo, lejos de clausurar el tema, ha sido recapitular, analizar e interpretar cuestiones claves sobre el sujeto y la identidad femenina, reconociendo y, a la vez, aclamando, otras posibles vías de análisis que sean capaces de dar respuesta a los constantes y renovados interrogantes en torno de la identidad, el género y la diversidad.


Recibido: 22/noviembre/2008

Aceptado para publicación: 01/abril/2009


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1 Como señala Deleuze, las sociedades de control se caracterizan por la pérdida de poder de los Estados-nación sobre sus propios territorios en virtud del capitalismo mundial financiero, la desarticulación del mercado laboral (crisis de la fábrica/auge de la empresa) con altos índices de desempleo, la polarización y la exclusión sociales y la primacía de la informatización tecnológica. Este proceso de transformación estructural dio lugar a nuevos escenarios en los cuales los papeles del consumo y del marketing se han ido convirtiendo en los principales mecanismos de control e identificación sociales. (Véase Deleuze, 1990:150-155).


2 Pueden mencionarse como representantes del feminismo de la igualdad a Iris Young, Nancy Fraser, Celia Amorós, Amelia Varcalcel, entre otras. Sus premisas centrales se basan, entre otros aspectos, en el reconocimiento de los mismos derechos para hombres y mujeres, en la tradición ocular-céntrica dominante y en el rechazo a los biologicismos.

3 El feminismo de la diferencia nace en Estados Unidos y en Francia a mediados de la década del ‘70, con autoras como Helene Cixous, Luce Irigaray, Rosi Braidotti, Carla Lonzi, Victoria Sedón, Luisa Muraro y Milagros Rivera, entre otras. Este feminismo puso énfasis en el papel de la visión como elemento clave del dominio patriarcal, con relación a la constitución de la subjetividad femenina y en las mujeres identificadas a partir del velo ideológico. Resaltó, entre otras cuestiones, la importancia de la escritura femenina y de la voz maternal; revalorizó el cuerpo y la sexualidad femenina, dándole primacía al sentido del tacto.

4 A lo largo del artículo iremos desarrollando dicha idea expuesta por las feministas post-estructuralistas a partir de los postulados de Jacques Derrida.

5 Ambas autoras abogaban por el retorno al ser mujer, alejándose del feminismo de comienzos de la década del ’70, que había pronunciado su tendencia a la androginia y a la reducción al mínimo de las diferencias de género. Recomendamos consultar Daly (1978) y Rich, (1977; 1979; 1986). Otras autoras adscriptas al feminismo cultural: Susan Griffin, Kathleen Barry, Janice Raymond, Florence Rush, Robin Morgan. Una buena síntesis del feminismo cultural fue llevada a cabo por Alice Echols, señalando el acuerdo entre las autoras en relación con la denuncia de la masculinidad opresiva y, a la exaltación de los valores y rasgos femeninos. Al respecto, véase Echols, 1983.

6 Dice Julia Kristeva: Una mujer no puede ser; es algo que ni siquiera pertenece al orden del ser. De allí que una práctica feminista sólo pueda ser negativa, en contra de lo que existe para poder decir ‘no es eso’ y ‘tampoco es eso’” (1981a:137). Véase también Kristeva, 1981b.

7 Esta distinción inicial es complejizada por John Austin en un segundo momento del desarrollo de su teoría. Cuando se refiere al acto del habla distingue entonces tres dimensiones: el acto de emitir palabras con contenido lingüístico, que en tanto lenguaje, tiene un sentido (acto locucionario); el acto de pronunciar esas palabras, con una “fuerza” tal que las convierta realmente en una acción (acto ilocucionario); y por último, el acto que seguido a aquello que decimos, o el efecto perseguido por la fuerza del acto del habla (acto perlocucionario). La teoría de John Austin acerca del lenguaje escapa al alcance de este artículo; recuperamos aquí apenas la noción de enunciados performativos que propone el autor para cuestionar el prejuicio habitual dentro de la filosofía del lenguaje basado en que “decir algo” es simplemente “enunciar un estado de cosas” (Austin,1992 [1962]).

8 Jacques Derrida advierte que la presencia del pensamiento irrumpe necesariamente en la palabra, es decir, el pensamiento contiene tanto la presencia del sentido como la presencia de la verdad y, la palabra re-presenta directamente el significado que habita en la mente del hablante. Frente a esta tesis básica del logocentrismo, el autor postula la de-construcción del lenguaje; con su crítica general del signo desplaza la palabra de su posición hegemónica, y enaltece –correlativamente– la escritura. Derrida argumenta que la lingüística y la filosofía han tendido a borrar la materialidad del signo, pero no se percataron de la dimensión no fonética y visible de la escritura. Así, la doble lectura se convierte en una de las estrategias fundamentales del pensamiento derridiano, y es la noción de “différance” la que le permite cuestionar la primacía otorgada a la fonética (de la voz sobre la palabra escrita). Este autor afirma la no existencia de primacías entre términos asociados (sostiene, por ejemplo, que palabra y escritura están referidas la una a la otra en un vínculo necesario). Señala que en cualquier texto todo elemento está relacionado con otros elementos y, a su vez, todo elemento resulta radicalmente distinto de los otros. Esto último alude a la noción de huella que el autor desarrolla para referirse al sentido diferido, ese elemento relativo a la experiencia primaria y fundacional que persiste en la repetición de la experiencia (Derrida, 1971a; 1971b; 1975; 1989; 1998).


9 Discutiendo con Lacan, Julia Kristeva sostiene que es posible salirse del lenguaje mediante la poesía y la experiencia de la maternidad, como principales puntos de fuga (apud Elliot, 1995).

11 Hacemos referencia a las teorías feministas, que han incorporado la operación de-constructiva pero que no son estrictamente post-estructuralistas, sino que han planteado una visión superadora, la llamada tercera posición.

12 Para esta autora, la lucha de las comunidades transgénero e inter-sex son ejemplares, pues las mismas cuestionan con mayor fuerza los ideales respecto de cómo debería ser un cuerpo para constituirse en cuerpo socialmente aceptado. Para profundizar su planteo, Judith Butler retoma conceptos claves del psicoanálisis y, la teoría lacaniana. Véase Butler, 2004.

13 Siguiendo a Foucault y a Derrida, un feminismo eficaz solo podría ser un feminismo totalmente negativo, que reconstruye todo y se niega a construir. Esta ha sido la línea de pensamiento seguida por las feministas post-estructuralistas, que han quedado atrapadas en tácticas negativas de reacción y de-construcción. Ha sido, también, la línea de pensamiento cuestionada por las feministas de la tercera vía o posición.