Sexualidad, Salud y Sociedad

REVISTA LATINOAMERICANA


ISSN 1984-6487 / n.3 - 2009 - pp.33-53 / www.sexualidadsaludysociedad.org



Escritas en silencio.

Mujeres que deseaban a otras mujeres

en la Argentina del Siglo XX


Carlos Figari

Doctor en Sociología

Investigador CONICET

Grupo de Estudios sobre Sexualidades – GES del IIGG – FSOC/UBA

Universidad Nacional de Catamarca – UNC


> figari38@yahoo.com.ar



Florencia Gemetro

Doctoranda en Ciencias Sociales – UBA

Becaria Doctoral CONICET

Grupo de Estudios sobre Sexualidades GES del IIGG – FSOC/UBA

Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género – IIEG – FFYL/UBA

Universidad de Buenos Aires – UBA


> florencia.gemetro@gmail.com



Escritas en silencio. Mujeres que deseaban a otras mujeres en la Argentina del Siglo XX


Resumen: Este artículo se propone reconstruir experiencias, identificaciones e interpelaciones a través de las cuales algunos grupos de mujeres se vinculaban eróticamente entre sí, antes de su tentativa inscripción en una subjetivación lésbica a partir de los años ‘70. El recorte espacio-temporal en el que se sitúa es el de Argentina durante las primeras décadas del siglo XX y la década de 1960. El artículo se funda en una investigación llevada a acabo mediante una estrategia cualitativa a fin de desarrollar un estudio crítico de sociología histórica que describa trayectorias, rutinas, formas de reconocimiento, relaciones, afectos y sociabilidad erótica entre mujeres que deseaban a otras mujeres.

Palabras-clave: sexualidades; lesbianismo; identidad; vida cotidiana


Escritas em silêncio. Mulheres que desejavam outras mulheres na Argentina do Século XX


Resumo: Este artigo se propõe a reconstruir experiências, identificações e interpelações através das quais alguns grupos de mulheres se vinculavam eroticamente entre si antes de sua tentativa de inscrição em uma subjetivação lésbica a partir dos anos 70. O recorte espaço- temporal em que se situa é o da Argentina durante as primeiras décadas do século XX e a década de 1960. O artigo baseia-se em uma investigação levada a cabo mediante uma estratégia qualitativa, a fim de desenvolver um estudo crítico de sociologia histórica que descreva trajetórias, rotinas, formas de reconhecimento, relações, afetos e sociabilidade erótica entre mulheres que desejavam outras mulheres.

Palavras-chave: sexualidades; lesbianismo; identidade; vida cotidiana


Written in silence. Women who desired other women in early Twentieth Century Argentina


Summary: This article reconstructs the experiences, identifications and interpellations through which women in certain groups established erotic liaisons with each other, before their attempt to inscribe a lesbian subjectivity after the 1970’s in Argentina. The period analyzed extends between the early Twentieth Century and the 1960’s. This analysis is based on qualitative research, aimed at developing a critical study in historical sociology, describing the trajectories, routines, forms of recognition, relationships, affect and erotic socialization among women who desired other women.

Keywords: sexualities; lesbianism; identity; daily life




A modo de introducción


Este artículo se propone problematizar la autonominación y las formas de vinculación de mujeres que amaban y deseaban a otras mujeres. En este texto se recoge y examina la cuestión con anterioridad a la elaboración política de una subjetividad lesbiana en tanto posibilidad identificatoria para estas mujeres.1 En ese sentido, se trabajó con la documentación disponible2 y se realizaron entrevistas en profundidad con mujeres mayores de 55 años de edad rememorando recuerdos de adolescencia o juventud en instancias de sus primeras relaciones erótico-afectivas.3

Estas mujeres fueron contactadas a través de técnicas de muestreo en cadena estableciendo trato y concertando nuevos encuentros durante el trabajo de campo (Patton, 2002). Las entrevistadas pertenecían en su mayoría a estratos medios y en algunos casos a estratos medios-bajos y medios-altos. Las entrevistas se inscribieron en la perspectiva de los desarrollos enmarcados en relatos o historias de vida (Kornblit, 2007) identificando núcleos temáticos referidos a las autonomizaciones y a vínculos erótico-afectivos de las mujeres que participaron.

La pauta temática indagó aspectos relacionados a vivencias personales sobre el deseo por otras mujeres; relaciones y vínculos de pareja; visiones de sí; grupos de pertenencia y modos de relacionamiento; lugares de encuentro; autodenominaciones, según décadas y términos comunitarios; relaciones con varones gays; principales influencias estéticas de la época; participación política; visibilidad; discriminación y persecución; visión de otros y otras.

En esta ocasión, tomamos dos períodos para el análisis; uno que va desde 1920 a 1945; y otro que se sitúa entre 1945 y 1970. En cada uno de ellos también realizamos consideraciones de índole histórica acerca de las regulaciones relativas al sexo y al género, sobre la época en general y sobre la posición de la mujer en particular. La dinámica de las interpelaciones4 así como las experiencias eróticas entre mujeres no pueden ser analizadas al margen del elenco de subjetividades femeninas en las que las mujeres circulaban –produciéndolas y reproduciéndolas– en los diversos períodos abordados.


A principios del siglo XX

En un retrato de la Argentina de principios del siglo XX puede leerse un nuevo orden en diversos campos de la sociedad y la cultura, comprendiendo y enlazando estrechamente el orden urbano y el orden psíquico, moral y corporal: el nacimiento de la nueva ciudad “higiénica”, hija del discurso médico y del urbanismo local. El capitalismo, en su fase de desarrollo industrial, impondría un control y optimización del trabajador libre en un proyecto de sociedad cuyo ordenador fuera el trabajo. Esto suponía también la extensión de un nuevo ethos moral y corporal a todas las áreas de la vida cotidiana del trabajador, inclusive en su sexualidad (Salessi, 1995; Nouzeilles, 2000).

Siguiendo aquel proyecto, el control del cuerpo trabajador sería tarea de la medicina, nueva aliada del poder estatal en pro de una estructuración de subjetividades y de cuerpos. En correspondencia, la sexualidad humana sería creada –antes que explicada– bajo el sayo científico de los discursos de aparatos ideológicos del Estado, desde los campos médico, demográfico, económico y jurídico. El pragmatismo patriótico entenderá la nación argentina como un cuerpo sostenido en ciudadanos moral y físicamente sanos, sexual y reproductivamente contenidos en el ámbito de la familia nuclear (Salessi, 1995; Molloy, 1998). Masculinidad y feminidad se identificarían respectivamente con paternidad y maternidad (Trevisan, 2000:172-173). Toda afección o comportamiento que de alguna manera perturbaran la fórmula reproductiva sería estigmatizado bajo las formas de la patología o del crimen (Gemetro, 2009). Así, el adulterio, el libertinaje y los excesos (causantes de la tan temida sífilis), la prostitución, el onanismo, la sodomía, la pederastia e incluso la vida célibe constituirían el corpus de la pesquisa médica, de la etiologización, de posibles terapéuticas o de una caracterización criminal (Figari, 2007:241).


Interpelaciones en clave femenina

La mujer de principios de siglo asumía dos roles posibles basados en formaciones discursivas contrapuestas: o era madre o era prostituta. Ambos respondían a la dualización femenina y a una particular posición de la mujer, sea como defensora del orden republicano o como instigadora del caos en Argentina (Massielo 1994 y 1997).5

Las ideas de maternidad y asexualidad materna contrastaban fuertemente con el mundo pasional y erótico de las prostitutas. Sólo en este espacio cabría la posibilidad de un deseo “libre” o individual, no sometido a las funciones vitales e “inexcusables” de lo femenino materno en la formación y sostenimiento de la nación. De allí que las primeras consideraciones relativas al lesbianismo, especialmente en el discurso médico –y no pocas veces en el naturalismo literario europeo y americano de la época – estaban asociadas a las prostitutas, que serían las únicas mujeres capaces de dar rienda suelta a sus deseos (Ramacciotti & Valobra, 2007; Figari, 2007).

En el contexto del higienismo, en boga a principios del siglo XX en Argentina, las corporaciones médica y jurídica se encontraban habitualmente representadas por las mismas personas. Al mismo tiempo, médicos y abogados eran además políticos, pedagogos y criminólogos. La corporación médica, en estrecha relación con la jurídica, producía conocimientos y creaba categorías patológicas nuevas que ampliaban su ámbito de intervención, sobre todo semántica (Nouzeilles, 2000). En tanto palabra científicamente autorizada sostenía la legitimidad del orden discursivo de la nación burguesa. La medicina establecía una lógica de control según la metáfora salud-enfermedad creando nuevas enfermedades, etiologías y tratamientos. En la medida en que la voluntad de saber transformaba la sexualidad y el deseo en objetos de conocimiento moral/racional, todo aquello que atentara contra el modelo heterosexual obligatorio entraba en el campo de la enfermedad/delito y era plausible de ser curado/castigado (Foucault, 1977).6

Denominar con algún vocablo específico al vínculo entre dos mujeres que se desearan fue problemático a lo largo de la historia en Occidente. Como expresa Judith Brown:

Lacking a precise vocabulary and precise concepts, a large array of words and circumlocutions came to be used to describe what women allegedly did: mutual masturbation, pollution, fornication, sodomy, buggery, mutual corruption, coitus, copulation, mutual vice, the defilement or impurity of women by one another. And those who did these terrible things, if called anything, were called fricatrices, that is women who rubbed each other, or Tribades, the Greek equivalent for the same action (1990: 74).7


El discurso médico-legal trazaría desde fines del siglo XIX las formas psíquicas y somáticas de lo que se denominaría la inversión femenina. La construcción de la “inversión” o la “homosexualidad” se hizo de acuerdo a una metodología médica taxonómica de patología y síntomas mediada por una epistemología casuística esencializadora de cuerpos (Gemetro, 2009). “Inversión” u “homosexualidad adquirieron una entidad que aunque confusa y ambigua sedimentaría una marca sobre los individuos practicantes del homoerotismo: el estigma de la degeneración y la enfermedad. Como los locos, las histéricas, los vagabundos, los y las invertidos/as serían una anomalía social que se reprime y se intenta curar.

Los usos de categorizaciones tales como “tribadismo”, “safismo” y “homosexualidad femenina” proliferaron en la literatura médica como terminologías clasificatorias para el diagnóstico de “enfermedades” cuya definición se centraba en el ejercicio de prácticas sexuales entre mujeres y “‘hábitos o comportamientos definidos como incorrectos para su sexo biológico” (Salessi, 1995:214). Tal catalogación de conductas, según Ramacciotti & Valobra, estuvo presente desde fines del siglo XIX en Europa y se manifestó en Argentina a través de “extensas tipologías que persistieron durante las décadas del treinta, cuarenta y cincuenta [del s. XX]” (2007:14).

Los principales aparatos por los cuales circularon interpelaciones que estructuraron el sexo/género femenino sobre estas categorías conductuales serían, por un lado, el orden jurídico, la acción policial y los medios de comunicación de masas; y, por otro lado, el dispositivo cotidiano de la nueva familia extensa y el hacinamiento, surgidos de las condiciones de vida urbana de los sectores subalternos, es decir, el “control del barrio” (Habermas, 1984; Figari, 2007)

De acuerdo a nuestro corpus de análisis la eficacia de esas interpelaciones fue variable. En líneas generales, sus efectos se podrían agrupar en tres tipos de actitudes:


  1. Reconocimiento y sanción: es la experiencia de aquellas mujeres que efectivamente ‘se reconocían’ en el síntoma médico considerándose a sí mismas enfermas y pasibles de tratamiento; pudiendo llegar al suicidio, en casos extremos.

  2. Reconocimiento y aislamiento: otras se reconocían, en mayor o menor medida, en el discurso interpelante, evadiéndose de su deseo, ya sea estableciendo vínculos heterosexuales, conformando una familia o viviendo su deseo, aunque confinándolo fuera del alcance de la sanción social.

  3. Desconocimiento y reacción: aquellas mujeres que, en la clandestinidad, desarrollaban experiencias colectivas de resistencia y de encuentro común compartiendo vivencias con otras percibidas como iguales (aun cuando no desarrollaran identidades específicas)


Es posible reconstruir actitudes de reconocimiento y sanción en la literatura médica argentina a través de la documentación de casos de estudio usados en investigaciones y prácticas de la medicina local. Tal es el caso de una “joven suicida” cuyo tratamiento fue registrado por el médico forense rosarino Raimundo Bosch en “Tribadismo y matrimonio, un artículo publicado en la Revista de la Asociación Médica Argentina en 1938. Según Bosch, una mujer de mayor edad puso fin a su relación afectivo-sexual con la joven tras la oposición familiar y la obligación de matrimonio. La muchacha fue sorprendida meses más tarde en una tentativa suicida, internada y tratada hasta lograr “el regreso del afán sexual a los campos del instinto” (1938:108-109), es decir, hasta expresar el regreso del deseo heterosexual.

Tanto en las entrevistas realizadas como en los materiales testimoniales disponibles emergen vinculaciones heterosexuales obligadas, forzadas o aceptadas por presión familiar en pos de sortear la sanción social mediante silentes estrategias de resistencia. El relato perteneciente a la historia de vida de Claudina Marek a propósito de su matrimonio en el libro Amor de Mujeres. El lesbianismo en la Argentina hoy evoca una situación frecuente, aunque pocas veces explicitada hasta entrada la década de los sesenta:


Mario no me interesaba. Pero a mi madre sí […] ¡Me resultaba tan tonto, tan torpe! Mis amigas son tan inteligentes. Siempre tenemos de qué hablar. Con Mario nos quedamos en silencio porque no tenemos qué decir. Es desagradable […] Así es como a los 18 años me comprometo con Mario. No me doy cuenta de que esto trae consigo el matrimonio. Al año siguiente viene con permiso (Mario cursaba carrera militar a varios kilómetros) y en una semana resuelvo el casamiento. Yo creo que me voy a morir […] Recuerdo el día de la boda. Tenía 19 años. ¡Tan terrible! Lloviznaba. Todo estaba gris. Yo pensaba que hasta el cielo lloraba por mí. Me aterraba la idea, “me caso para siempre”, con un varón, con alguien a quien no amo y casi no conozco (Fuskova, Schmid & Marek, 1994:190-1).


Una práctica de aislamiento entre mujeres que deseaban a otras mujeres fue la de “refugiarse” en el Tigre.8 Tal como dijo Amelia, una de las entrevistadas: “En el Tigre se refugiaban todos. Era como un refugio gay. Se hacían barrios tipo guetos. Porque ahí había sólo gays y nadie los jodía… Ahí pasás desapercibida”.9

Entre las experiencias que aquí denominamos “de desconocimiento y reacción”, desde principios del siglo XX encontramos grupos de mujeres generalmente vinculadas a las clases altas porteñas, que se denominaban a sí mismas “betters”. Esta denominación parece haber sido utilizada entre mujeres de las décadas de 1920 y 1930 como una forma de distinguirse: las “mejores” entre las mujeres (Fuskova & Marek, 1994:107). En otros términos,

Better, la palabra por excelencia, instala una categoría superior. Las better no sólo son las mejores sino que son ‘las que saben’, ‘las que entienden’. ¿El orgullo como ardid para sobrevivir? Frente a la existencia obvia, brutalmente a la luz de las paquidermos, las better se instalan en una zona inusitada, sutil. Y desde allí se burlan ‘de las que no son’ y ‘no entienden’ (Sarda & Hernando, 2001:151).


Sin embargo, fuera de la excentricidad (al estilo parisino y londinense de la época, tan gratos a la burguesía porteña) Julia advierte: “Primero la discriminación era tal que ni nos animábamos a llamarnos de algún modo, era como estar en las catacumbas. Se rechazaba la palabra “homosexualno sólo por su carácter interpelante sino también por no contener toda la experiencia que significaba el deseo entre mujeres. Tal como agrega Julia:

La palabra gay no existía. La palabra homosexual no nos satisfacía porque muchas veces lo nuestro no tenía nada que ver con lo sexual. Decíamos gente ‘como nosotros’. Y a los que violentamente eran anti, agrega Julia, les llamábamos los paqui, los paquidermos” (Julia, en Sarda & Hernando, 2001:14).


Escritas en la nación

Algunas de las tendencias biopolíticas desplegadas en Argentina en la primera mitad del siglo XX se intensificarán en las décadas de 1940 y 1950. Las políticas sociales, especialmente durante la época peronista, intentarán compensar las posiciones de los sectores más desfavorecidos en el proceso de producción capitalista. Surge el “estado social”, las masas comienzan a participar en la esfera política en una especie de cogestión10 y de redistribución de los bienes materiales y simbólicos garantizando así el mantenimiento del sistema capitalista en base a la descompresión de las contradicciones sociales y, por ende, del conflicto social (Soldano & Andrenacci, 2005).

La familia, además de su separación del contexto funcional del trabajo social, iría cediendo varias de sus funciones tradicionales de sustento y socialización. La cobertura de riesgos y necesidades básicas que proveía el núcleo familiar estaría entonces en manos del Estado (jubilaciones, pensiones, indemnizaciones, seguros, vivienda, empleo, salud, educación, etc.). Disminuiría también su función de transmisión, educación y reproducción de valores, en favor de instancias extrafamiliares de socialización y contención (Habermas, 1984) Por tanto, los individuos serían interpelados por otros aparatos ideológicos y formaciones discursivas: la ciencia médica, el Estado, la opinión pública, la escuela, el propio ámbito laboral. En este esquema sería el hombre trabajador y virtuoso quien debería también controlar la salud pública y moral de la Nación, es decir, de “todos”, incluyendo en ese “todos” a aquellos “no sanos” y a los “perversos” (Figari, 2007:346).

En la Argentina del llamado “peronismo históricoel Estado de Bienestar, la masiva participación en el empleo público, la conquista de los derechos políticos, la sindicalización y la figura política de Eva Perón, brindaban a las mujeres un nuevo lugar, fuera del hogar. Esta representación convivía con otro modelo de mujer peronista, el de la ama de casa dedicada, la compañera del marido atada al proyecto familiar, según lo manifestaba la propia Eva Perón en libros de textos obligatorios para todos los niveles de enseñanza formal (Plotkin, 1994; Barry, Ramacciotti & Valobra, 2008).

En ese sentido, la política peronista de entonces generó dos contradicciones. Por una parte, las conquistas políticas de las mujeres venían de la mano de un régimen de rasgos totalitarios. Por otra, el modelo maternal que predicaba Eva Perón contrastaba con su propia actuación pública y con el modelo de mujer “trabajadora”. Cómo señala Dora Barrancos, la intersección entre peronismo y género desordenó las lógicas de lo público y lo privado. Las mujeres argentinas se dividirían entre las referidas subjetividades, o buscarían un lugar posible en aquellos intersticios. (Barrancos, s/d)


Betters, tortilleras, bomberos, gardelitos

Se utilizaron varias denominaciones para referirse a las mujeres que deseaban otras mujeres, previa y concomitantemente a la designación de lesbianas en la década de 1970. Según las fuentes trabajadas, durante el período 1945-1970 la palabralesbiana no era registrada como una instancia de auto-denominación:

[…] En Europa me encontré con una lesbiana francesa que era la primera persona que se consideraba a sí misma lesbiana. En mi vida yo no había encontrado a ninguna persona que se llamara a sí misma lesbiana […] Creo que no sabía todavía que la palabra lesbiana existía (Teresa, en Sardá & Hernando: 2001:2).


Las designaciones constituían, más que una identidad, una experiencia colectiva articulada según diferentes grupos de pertenencia, sobre todo, en razón de la condición socio-económica y de redes de amistad y contactos.11

Como dijimos, las betters aparecen en las primeras décadas del siglo XX, usando trajes de hombre y peinados a la gomina, e identificadas con los sectores altos de la sociedad argentina (Fuskova & Marek, 1996). Amelia recuerda una de ellas, que usaba mameluco y arreglaba su auto echada sobre el piso en plena Avenida Callao y Alvear, en el distinguido barrio porteño de Recoleta. Juana, por su parte, remite al caso de su propio grupo de amigas, con altas rentas y auto propio, situaciones no habituales en mujeres de la época. La “pandilla” de lesbianas que integraba Juana se divertía sacándole las gomas a los autos o rompiendo vidrieras para robar negocios (Juana, en Sardá & Hernando, 2001:117). Asimismo, el término better se continuó utilizando incluso hasta los años 1960:

Una vez hubo una gran pelea después de mucha borrachera entre dos minas… Entonces un día una le mandó a la casa de la otra un servicio fúnebre completo. Y la otra le mandó una ambulancia para llevarla al loquero. Entonces se armó la gran podrida. Fueron a parar a la Comisaría 1712 y ahí yo me acuerdo que ellas contaban que le dijeron al policía: ‘Nosotras somos betters’ (Mónica, en Sardá & Hernando, 2001:55).


Las mujeres que construían relaciones y vínculos con otras mujeres podían reconocerse algunas veces como “homosexuales” y otras veces como “gays” aunque, según las entrevistadas, generalmente se reconocían como mujeres que “entendían” o “eran del ambiente”. En el mismo sentido podían considerarse del “club” o del “palo” como asegura Amelia: “No sé si teníamos nombre… eras del club, eso eras. Viene gente, gente del club”.

Por otro lado, en los testimonios de las mujeres entrevistadas se reconocieron usos populares de términos estigmatizantes tales como “tortilleras” y “degeneradas”. Las mismas indican que el término peyorativo “tortillera” fue reapropiado y resignificado para autodenominarse “tortas”.13 No obstante, las designaciones más comunes eran aquellas que situaban las experiencias de estas mujeres en términos de participación en prácticas y estilos concretos y en relación a status y roles de género. Así, uno de los ámbitos privilegiados de encuentro colectivo y socialización eran las denominadas “fiestas” o “parties”. Estas fiestas parecían tener mucha importancia en la socialización entre mujeres que deseaban a otras mujeres en la época. Según Ilse Fuskova, uno de los términos de denominación para las lesbianas de entonces era “fiesteras” (Fuskova & Marek, 1996:107).

Varias entrevistadas mencionan el empleo de “bombero” como una denominación aplicada a aquella mujer visual y gestualmente varonil que performatizaba roles de género masculino. En aquella época, las/os “bomberos” usaban sacos de hombre, gesticulaban como éstos en sus formas de fumar y caminar y no usaban maquillaje. En algunos casos estas mujeres eran evitadas por otras mujeres que deseaban mujeres por considerarlas estereotipadas y “evidentes” ya que las podían “quemar”14 en público (Sardá & Hernando, 2001). Las/os “gardelitos” se ubicaban en una línea similar constituyendo “ viejas de pelo lacio, que no tiñen, se cortan como un tipo y usan chaleco y tienen una actitud de Gardel15 () los bomberos generalmente son más gordas…”, agrega Amelia.


Trayectorias, encuentros y desencuentros


Desde su introducción en la literatura médica de América Latina y Argentina, como mencionamos anteriormente, el lesbianismo ha sido considerado una patología, leído en clave de desvío y perversión, no escindido moralmente del pecado. Esta atribución tenía estrecha relación con el papel subordinado atribuido a las mujeres en la cultura occidental. Como reflexiona Nidia:

Soy alguien que ha sangrado muchísimo, que ha sido torturada en todos lo ámbitos […]. Todo para ser reprimida. Una es criada por la familia, para ser un objeto y satisfacer a los otros. Siempre fui obligada a ser sometida por un hombre. Desde que pude vivir este amor debí reprogramarme, acostumbrarme a que yo también puedo tener placer (Nidia).16


Una de las experiencias relatadas más comunes de las mujeres que deseaban mujeres era la “extrañeza”, la percepción de algo que no tenía nombre ni lugar o de algo que, en principio, no se podía exteriorizar:


La verdad es que yo experimenté mi inclinación sexual desde la escuela primaria. Creo que me permitía disfrutar lo que sentía sin cuestionarme mucho. Desde luego que todo era oculto, me avergonzaba en cierta forma lo que me pasaba pero, a la vez lo trataba de disfrutar, aunque no podía exteriorizarlo (Gloria).17


Las intrincadas estrategias que debían urdir para mantener sus contactos o sus parejas cuando convivían con su familia de origen muestran la falta de aceptación de aquellas relaciones entre mujeres: mensajes cifrados, cartas ocultas, encuentros furtivos, a escondidas, en sus autos, en los zaguanes de sus casas, la excusa de ir a dormir a la casa de su amiga, las vacaciones juntas. Quienes tenían mayores recursos económicos podían sortear obstáculos sin tantas dificultades, alquilando algún cuarto, departamento, un estudio, o recurriendo a las quintas de sus amigas del Tigre. Estos subterfugios eran implementados para facilitar los contactos y los encuentros, como relata Gloria respecto al uso de hoteles alojamiento:

Mi primera pareja tenía un hermano gay y salíamos los cuatro juntos con su pareja. Íbamos a los hoteles alojamiento (en ese momento no había para gays) y uno de cada pareja se cambiaba de pieza y luego nos llamábamos por los teléfonos internos para salir juntos (Gloria).


Las relaciones entre mujeres fueron reconocidas por todas las entrevistadas como duraderas. Algunas señalaron inclusive el gesto simbólico del compromiso a través del intercambio de alianzas de oro. Esto no significaba que fueran necesariamente fieles, de hecho, para muchas “bomberos” la situación de estar con varias mujeres era exhibida como un triunfo. Asimismo, las que tenían múltiples relaciones o se vinculaban con mayor frecuencia con otras mujeres también eran denominadas “cazadoras”.

En algunos de los grupos integrados por las entrevistadas las relaciones parecían estar más marcadas por roles sexuales, que clasificaban a las mujeres entre “activas” y “pasivas”, A la activa se la denominaba “celeste” y a la pasiva “rosa”: “En aquella época era muy común definirse, es decir, eras celeste o eras rosa. Esos eran los términos” (Ángela, en Sardá & Hernando, 2001:44). Según las entrevistadas, hacia el final de la década de los sesenta se habrían establecido posiciones más igualitarias en las relaciones afectivo/eróticas entre mujeres.

La pertenencia a determinados sectores sociales era determinante a la hora de la persecución policial y la sanción social. En las clases media y obrera no se toleraban manifestaciones públicas de afecto entre mujeres y, si bien no estaba tan mal vistas ciertas prácticas entre mujeres –como dormir juntas eventualmente– siempre estaban atentas a prevenir una cercanía “exagerada” (por ejemplo, bañarse juntas). En contraposición, las lesbianas “burguesas” se mostraban como las antiguas “betters”, de las cuales, en virtud de sus apellidos y “clase patricia” se esperaban y toleraban comportamientos excéntricos.

Era una cuestión de poder, podrían decir ‘qué bicho raro’, pero si fueran pobres estarían fritas. Las que tienen que haberla pasado mal son las clases bajas. Las clases bajas siempre la pasan mal en todo sentido. Si sos pobre estás cagado (Amelia).


Tal fue la suerte de Marina. La familia de su primera pareja, Magdalena, no cejó en sus intentos de remediar su lesbianismo con amenazas, escondiéndole la ropa para evitar que saliese, llegando incluso a la agresión física. Uno de sus primos intentó marcarle una esvástica en la frente –al estilo de los grupos neonazis de ese momento–. Gracias a que Magdalena se defendió sólo le quedó un corte de navaja. A veces, la familia y las instituciones represivas combinaban sus acciones como relató la propia Marina:

El padre de Magdalena había hecho lo imposible para conseguir localizarla y un comisario amigo le había dicho que ya a esa edad era imposible que la trajeran porque se iba a volver a ir, que la única manera de conseguir que la policía la buscara era haciéndole una denuncia de más peso. ¿Cómo cuál? Comunista. Entonces el padre la denunció como comunista y de paso, ya que estaba, a mí también, lo que nos obligó a las dos por casi diez años a no tener ningún tipo de militancia cuando estábamos en la facultad porque corríamos riesgos… ya estábamos sindicadas las dos (Marina, en Sardá & Hernando, 2001:98).


En la misma línea, una mujer de renombre fue denunciada por su propia madre por tenencia de drogas. Viviana, en tanto, fue internada en una clínica psiquiátrica y sometida a shocks insulínicos para “recuperarla” (Sardá & Hernando, 2001). En la segunda mitad de los años sesenta en Argentina, sobre todo durante la férrea dictadura de Onganía, se multiplicaron las persecuciones a los homosexuales en las denominadas “campañas de moralidad”.18 Cualquier aspecto considerado sospechoso, como llevar barba o pelo largo, era reprimido. Los jóvenes con pelo “a la moda” eran detenidos y rapados. También se detenía a las parejas heterosexuales que se besaban en público.

Aún no habían surgido grupos de concientización ni políticos, tampoco los “boliches” (discotecas) o locales específicamente destinados al encuentro de homosexuales. El espacio público-privado de mayor socialización era las denominadas “parties”. En estas fiestas –que a veces llegaban a durar varios días– se bailaba, se conocía gente y se tomaba mucho alcohol. En las entrevistas también se aludía a una gran circulación de cuerpos (“promiscuidad”, dijeron algunas de las entrevistadas). Se tejían muchas fantasías sobre lo que pasaba en aquellas fiestas, ocurriese o no efectivamente, varias entrevistadas pensaban que se producían orgías o que se realizaban strip-tease espontáneos cuando alguna se pasaba de copas.

También se realizaban otras reuniones de carácter más privado y controlado, en casas, departamentos o quintas. En esas reuniones de mujeres de estratos altos parecían ser bastante definitorios las afinidades de clase, cierto estilo de vida, un modelo estético hegemónico (preferentemente rubias de ojos azules) y determinado nivel educativo. Mónica relata la experiencia de introducir en su grupo a una chica de piel morena oriunda de una provincia del interior argentino y de un nivel sociocultural inferior al de ellas:

No sé qué me pasó: debo haber estado muy sola. Y fue terrible. Estaba conviviendo conmigo e invité a varios amigos y amigas. Y vos sabés que uno de ellos me dice despacito: ‘¿Y esta cucaracha?’. Y otro me dijo en inglés: ‘Is she the maid?’ Ahí te lo simbolizó. Vos tenés que llevar a ese grupo una alta, rubia de ojos azules. Sí, se fijaban mucho en el aspecto (Marina, en Sardá & Hernando, 2001:54).


De acuerdo a las entrevistas, la amistad era muy valorada entre mujeres que se sentían solas y confundidas en su goce con otras mujeres. El encuentro con otras semejantes, la sensación de no ser “la única, la tranquilidad de saber que no era una enfermedad, se resolvía en la amistad entre mujeres. Sin embargo, para las más católicas era complicado manejar su culpa: “Yo tenía una culpa terrible. Venía de una familia muy católica. Soy aún católica. Incluso pasé por el Opus Dei. Yo lo vivía como algo muy conflictivo” (Rosa).19

El reconocimiento era una cuestión de “olfato”. La frase mágica que parecía iniciar todos los encuentros parece haber sido “vamos a tomar un cafecito”. Existían también ámbitos donde había una mayor probabilidad de encontrar lesbianas, por ejemplo, en actividades deportivas como el básquet20. Tal como recuerda Gloria:


Mi primera relación homosexual la concreté a los 17 años (en 1964) y no me fue difícil, porque jugaba al básquet y había mayoría de mujeres homosexuales en ese deporte, así que todo el tiempo que fui jugadora tuve un ghetto bastante grande para compartir mi elección sexual (Gloria).


En general, las entrevistadas coinciden en que casi no existía algo particular que pudieran identificar como modelos de relaciones eróticas entre mujeres, fuera en la literatura o en el cine. Las lecturas clásicas de estas mujeres, especialmente de sectores medios, iban desde la serie de novelas de Colette a El pozo de la soledad, de Radcliffe Hall, o los diarios de Anaïs Nin. Las más vinculadas al mundo universitario y las más intelectualizadas destacan entre sus lecturas El segundo sexo, de Simone de Beauvoir.

La vestimenta parece simplificarse en los sesenta, especialmente hacia fines de la década, en términos de diferenciación de género. Durante esa década se impuso el pantalón entre las mujeres; algunas incluso reconocen que desde entonces nunca más volvieron a usar una pollera.

El arte pop21 y el hippismo se difundieron en esos años en Argentina especialmente entre los jóvenes universitarios. El movimiento hippie proponía una forma de ver y vivir la vida enfrentando el consumismo, el belicismo y la racionalidad occidental. Se buscaban alternativas filosóficas en las religiones orientales, se promovía la liberación sexual, el uso de marihuana, LSD o heroína y la comunión con la naturaleza. No obstante, más que movimiento en Argentina el hippismo influenció las formas de vida, los hábitos culturales y la moda unisex:

En los sesenta la vestimenta que se usaba era hippie. No había vestimenta masculina o para las mujeres. Era más o menos como lo que se usa ahora. Las camisolas hindúes, los sombreros. Y los tipos eran los que se vestían femeninamente. Era al revés (Amelia).


No menos importante para las mujeres de clase media entrevistadas fue la liberación sexual y la difusión de la marihuana:

Los hermanos de una amiga mía que vivían en Inglaterra vinieron a casa y armaron un porro… Me abrió así la cabeza. Dije ‘esto es bueno’… La marihuana abrió un mundo sexual de sensaciones que no lo tenías con otra cosa. Entonces eran camas redondas, era cualquier cosa, era la liberación sexual. No sólo te abría al sexo, te abría la croqueta [cabeza]… Por eso también había minas [mujeres] que no eran gays pero se tiraban a coger con otras para ver qué pasaba. También tenía que ver con eso (Amelia).


También en las mujeres de sectores medios impactó fuertemente el psicoanálisis en sus diferentes versiones: algunas entrevistadas relatan experiencias de psicoanálisis grupal. En la Argentina el psicoanálisis fue un boom durante la década de 1960 y se convirtió rápidamente en un elemento central de la cultura de los sectores altos y medios urbanos (Plotkin, 2003). Así, en el año 1957 se había creado la carrera de psicología en la Universidad de Buenos Aires y en pocos años era una de las que tenía el mayor número de alumnos matriculados. Todas las entrevistadas relataron haber planteado y discutido en diversas instancias con sus terapeutas el tema y el impacto de la homosexualidad femenina en sus vidas. Varias advierten lo escasamente preparados que eran sus analistas en la cuestión homosexual o lesbiana, cuando no denuncian directamente el ensayo de terapias para devolverles la “normalidad” sexual.



Reflexiones finales

Las narrativas recogidas en el universo de las referencias empíricas acerca de los comportamientos y representaciones de mujeres que deseaban a otras mujeres y en relación con sus auto-denominaciones indicaron que sus experiencias se manifestaron en el reconocimiento mutuo con otras a partir de una particular comunidad de deseos. Por ello hablamos de experiencia no en el sentido de una vivencia personal (aun cuando la experiencia sólo opere materialmente en cada vida concreta e individual) sino colectiva, es decir, se trata de una construcción común configurada en vivencias cotidianas que no requieren necesariamente un registro reflexivo en términos cognitivos (Domingues, 1996:18).

Varias de las entrevistadas señalaron que a partir de la década de 1960, el clima de liberación sexual, el ideario hippie, la moda unisex, el consumo de drogas y la difusión del psicoanálisis constituyeron prácticas que habilitaban espacios de experimentación sobre sí mismas, sobre sus sensaciones y sobre sus cuerpos. Fue entonces que las mujeres, especialmente de sectores medios (que en ese momento alcanzaban el 60% de la población argentina), incorporaron rápidamente las píldoras anticonceptivas, lo que permitió una planificación familiar y proyectos de vida más allá del hogar (Felitti, 2000). En tal sentido, las mujeres comenzaron a ingresar masivamente en las universidades; este ingreso al nivel educativo superior contribuyó también a su organización política en grupos feministas, barriales, religiosos, sindicales, estudiantiles, de izquierda o de la “resistencia peronista”. Aun con ese aire libertario en la Argentina de fines de la década de 1960 todavía no se podía hablar de lesbianismo. Ser lesbiana, como afirma Alicia, podía experimentarse como “ser un judío en la Alemania nazi”. Siguiendo los relatos, persistía un temor al señalamiento, a la descalificación de vecinos, amigos, compañeros de trabajo.

No obstante, las mujeres que amaban a otras mujeres se reconocían, se encontraban, se divertían y socializaban. Más o menos a escondidas, en las parties o en sus casas, departamentos o quintas del Tigre. La primera mitad del siglo XX argentino no era aún el tiempo de la “concientización” ya que los movimientos de liberación homosexual recién despuntarían en el horizonte de los años 1970. Tampoco se autodefinían como lesbianas. Sin embargo, estas mujeres que se identificaban desde su deseo, sus prácticas y sus afectos hacia otras mujeres ensayaban nuevas subjetividades y nuevas formas de devenir mujer.

Recibido: 16/diciembre/2008

Aceptado para publicación: 16/abril/2009



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1 Este artículo se inscribe en una investigación genealógica más amplia, de carácter exploratorio y descriptivo, basada en historias de vida. La finalidad de ese proyecto más general es reconstruir experiencias, identificaciones e interpelaciones por las cuales las mujeres que deseaban otras mujeres se reconocían y se relacionaban entre sí en la Argentina del siglo pasado. En este trabajo abordamos los primeros resultados, relativos al período que va desde 1920 a 1970.

2 Nos hemos basado en dos libros: Amor de Mujeres. El lesbianismo en la Argentina, hoy (Fuskova, Schmid & Mareck, 1994) y No soy un bombero pero tampoco ando con puntillas. Lesbianas en Argentina: 1930-1976 (Sardá & Hernando, 2001). Ambos textos resultan fuentes fundamentales para nuestra investigación, constituyendo testimonios de gran valor histórico, pues ofrecen relatos de vida pertinentes a los objetivos señalados y a la periodización utilizada. Amor de Mujeres… recoge reflexiones y vivencias personales y militantes de las autoras en tanto íconos de la visibilidad lesbiana en el país durante la época de la recuperación democrática (a partir de 1983). No soy un bombero pero tampoco ando con puntillas… reúne numerosas historias de vida de lesbianas desde principios del siglo pasado.

3 Los relatos de estas mujeres aparecen identificados con seudónimos con el propósito de proteger su identidad.

4 En nuestra interpretación de Althusser (1974) distinguimos dos formas de interpelación. La interpelación “constitutiva”, del orden del conocimiento que actúa en la propia conformación del individuo en tanto sujeto desde el mismo momento en que nace; y la interpelación estructurante, del orden del reconocimiento que refiere a re-sujetar a los individuos que pueden llegar a transgredir y/o discernir en tanto reacción o resistencia. En este juego es donde consideramos que el sujeto puede llegar a desconocer –sea rearticulando, resignificando, parodiando– la semántica interpelante.

5 A partir del tratamiento de contextos distintos de los aquí enfocados, Nancy Cott (1978) ha sostenido que la “buena mujer” pasó a ser considerada un ser casi angélico, asexuado, responsable no sólo de la procreación sino también de la virtud de los hombres y del buen funcionamiento de la sociedad; Foucault (1977), por su parte, afirma que concebir a la mujer como madre implicó incluirla en un esquema moral que la redujo a lo doméstico y al papel de reproductora de los discursos y prácticas de la “policía médica”.


6 Es en el discurso médico donde se definen y circunscriben las relaciones eróticas entre mujeres como aquellos actos materiales para los cuales no había tratamiento en la Edad Media. Entonces se supuso que esos vínculos constituían un pecado leve de “molicie” (masturbación), otras veces se lo asimiló a la sodomía masculina, denominándola “sodomía foeminarum” o “imperfecta”, ya que faltaba precisamente el elemento que definía o no una relación sodomítica: el pene (Mott, 1988; Figari, 2007).

7 “A falta de un vocabulario y de conceptos precisos, se llegó a utilizar una gran variedad de palabras y circunloquios para describir lo que supuestamente hacían las mujeres: masturbación mutua, contaminación, fornicación, sodomía, corrupción mutua, coito, copulación, vicio mutuo, profanación o actos impuros de una mujer por otra. Y aquellas que ya habían hecho estas cosas terribles, de ser llamadas de alguna forma, fueron llamadas ficatrices, es decir mujeres que se frotaban unas con otras, o tribadistas, que es el equivalente del griego de la misma acción” (La traducción nos pertenece).

8 El Tigre es una localidad con numerosas islas y canales, situada en el Delta del Río Paraná, a 33 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, donde se asentaban y asientan numerosas casas-quintas o de fin de semana.

9 Entrevista a Amelia, 65 años, azafata. Buenos Aires, 16 de enero de 2006 (en adelante, Amelia).

10 Esta “cogestión”, según Habermas, generaría una “esfera social repolitizada” donde instituciones, Estado y sociedad se sintetizan en un único complejo de funciones que ya no serían más diferenciables entre sí. La interpenetración entre Estado y Sociedad tendría dos grandes consecuencias: la familia, tornándose un espacio cada vez más privado, en tanto el trabajo se volvía cada vez más público. Por otra parte, por la vía del aumento de la capacidad de consumo, se mantendrían abiertos los mercados para la colocación de la producción impidiendo un exceso de concentración que acabaría con el capitalismo en sí mismo (Habermas, 1984).

11 Entendemos por experiencia colectiva la vivencia identificatoria y comunitaria en torno a uno o a varios trazos compartidos por un grupo.

12 La comisaría 17 estaba ubicada en la mencionada Recoleta, uno de los barrios porteños más caros y exclusivos. Obsérvese la continuidad del uso de better entre las mujeres de clases altas (y cierta impunidad que tal denominación les otorgaría, incluso ante la fuerza pública).

13 En comunidades subalternas, muchos términos de estigmatización son reapropiados para ser usados como auto-denominación, con la salvedad de que sólo este colectivo tiene la competencia lingüística para hacer uso del mismo. En otros contextos, el término funciona como un insulto (puto, loca, torta).

14 Término coloquial que indica descubrir algo escondido y que provoca vergüenza de otra persona.

15 El uso metafórico de Carlos Gardel, ícono popular del tango en Argentina, refiere a una masculinidad esterotipada de “compadrito”, es decir, jactanciosa, pendenciera, provocadora.

16 Entrevista a Nidia, 56 años, ama de casa. Buenos Aires, 24 de enero de 2006 (en adelante, Nidia).

17 Entrevista a Gloria, 62 años, deportista. Buenos Aires, 9 de febrero de 2006 (en adelante, Gloria).

18 Durante los sesenta y parte de los setenta, el comisario Margaride en Buenos Aires tuvo la oscura misión de iniciar las campañas de moralidad con razzias y persecuciones a homosexuales, bajo el gobierno del presidente constitucional Frondizi (1958-1962), intensificándolas bajo la dictadura de Onganía (1966-1970). En 1967 realizó el operativo “cines” y el operativo “subterráneo” (en los cuales se ingresaba violentamente a los cines y se cerraban las bocas de los subtes para detener a todos los presuntos homosexuales).

19 Entrevista a Rosa, 58 años, empleada administrativa. Buenos Aires, 16 de enero de 2006 (en adelante, Rosa).

20 Ilse Fuskova también afirma que en el mundo del deporte el 90% de las mujeres que jugaban al básquet eran lesbianas (Fuskova & Marek, 1994).

21 El Instituto Di Tella, creado en 1963, fue el gran impulsor de las vanguardias artísticas en general y del arte pop en particular. Durante casi una década pasaron por allí numerosos artistas y un vasto público, ávido de las nuevas manifestaciones de arte contemporáneo. Dada su intensa actividad, que incluía entre 50 y 60 eventos por año, desde happenings a muestras con medios audiovisuales, la zona donde estaba emplazado el instituto fue conocida como "la manzana loca". Toda esta “movida cultural”, que tomó rumbos de crítica política a fines de la década, acabó en los ‘70, aunque marcó una verdadera renovación cultural, determinando tendencias artísticas, modas y estilos de vida (Capintero & Vainer, 2004).